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Un Curundú en el Caribe

El proyecto insignia del presidente Juan Carlos Varela está siendo ejecutado por Odebrecht y CUSA. Como en Curundú, consiste en reemplazar el hogar de los vecinos por nuevos edificios de pocas plantas, con escaleras al aire libre, puertas corredizas y pequeñas recámaras. También prometen parques infantiles, bibliotecas, escuelas. La diferencia es que costará cinco veces más.

Por Víctor Mojica.
Fotos: Mauricio Valenzuela.

Una nueva ciudad de Colón se construye fuera de la ciudad de Colón.  La nueva ciudad reemplaza el hogar anterior de los colonenses que viven en la inmundicia. Es parecido a Curundú: edificios de pocas plantas, con escaleras al aire libre, puertas corredizas de vidrio y pequeñas recámaras. Cuando le visitas, y estás muy cerca de esas decenas de torres que se construyen por día, la nueva ciudad parece un juego de mesa infantil que armas en tu recámara con tus hijos.  Muchos están empapelados, como cuando recibes un automóvil en la agencia. Solo hay torres y movimientos de tierra. En algún momento, según sus promotores, Odebrecht y CUSA y Juan Carlos Varela, actual presidente de Panamá, tendrá parques infantiles, centros comerciales, escuelas, bibliotecas, etcétera, etcétera. Tendrá las cosas que le prometieron a Curundú que nunca cumplieron. Mientras tanto son torres y torres y polvo y máquinas, y obreros y puertas y papel de regalo. Ya lo dijo el exministro de Vivienda, Mario Etchelecu, Colón es “Curundú multiplicado por 5.”

Y no mentía Etchelecu. Colón costará cinco veces más que Curundú, cerca de seiscientos millones de dólares. Tendrá más de cinco mil apartamentos para más de cinco mil familias y pretende, tal cual Curundú, corregir los graves problemas sociales que persisten en Colón, que se confunden con violencia, desigualdad, pobreza, desempleo, pero que para ellos se llama racismo, de la misma manera: con un barrio nuevo a crédito.

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La vieja ciudad es un espectáculo en el abandono. Nace en el siglo XIX como una terminal para un ferrocarril interoceánico en el Atlántico. Le llamaron la tacita de oro, por la prosperidad que ganó con el desarrollo del Canal de Panamá. Dieciseis calles conectadas por una Avenida Central con edificios de su herencia francés y americanos ocupan este trazado que visitó Albert Einstein. La ciudad de Colón, a diferencia de la ciudad de Panamá, tomó en cuenta al mar que puedes disfrutar desde sus dieciseis avenidas. La ciudad de Colón también sufrió varios incendios y terminó siendo el refugio de cientos de familias negras e indígenas que no encontraron espacio ni en la zona comercial de bodegas y almacenes libres de impuestos para extranjeros, ni en los puertos dónde llegan las mercancías. La ciudad de Colón terminó como Curundú, marginada del progreso, con la diferencia que eran miles de familias que vivían en aguas negras, en edificios hermosos que se desplomaban.

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En unas de esas casas, de tres plantas, que hace esquina, que tuvo en alguna época un jardín interior, una casa construída por un comerciante de Estados Unidos para alquilar durante la bonanza que propició separar el país para instalar peajes para barcos, conocida como la casa Wilcox, se crió Vilma Sheperd. Ya no vive allí. Fue desalojada. La casa Wilcox, considerada Patrimonio Nacional, iba a ser derrumbada, pero finalmente no hicieron la réplica y consideraron restaurarla por protestas ciudadanas. Vilma fue movida a un albergue cercado y con polícias donde pasa sus días esperando con entusiasmo por su nuevo apartamento.

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Veintiún años vivió en la Casa Wilcox, entre los tiroteos y el hacinamiento. Modista en su tiempo productivo, casada con un obrero de la informalidad y posterior de la construcción, nunca pudieron acceder a un préstamo hipotecario que les mejorara su condición de vida. En la Wilcox nació su hijo e hicieron una vida con entusiamo y dignidad, alejada de los problemas públicos que registraban los medios.  Allí también creció Elvis, sus seis hijos, y sus padres, todos indígenas, que también esperan por un apartamento con entusiamo. Elvis fue toda la vida un gran cargador de cajetas, pero está desempleado y como Vilma no esperan un fraude en sus viviendas. No importa si Curundú no funcionó, si su futuro luce semejante. Elvis y Vilma son afortunados porque tendrán lo que jamás podrían tener y en esas circunstancias, cuando hay otros tantos miles aún sin casa, cuando las posibilidades aparecen por primera oportunidad, es casi imposible observar un problema y menos uno distante y aún es más complicado rechazarlo. La corrupción juega con tus sentimientos, con tus necesidades. Vilma me dice que podría pagar cien dólares, que su hijo tendrá parques y centros comerciales, que extraña la Wilcox, ese territorio abominable de hogar, pero sobre todo observa un mejor futuro.  “Tendremos – dice – una mejor calidad de vida”. 

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El proyecto de Colón es investigado por el Ministerio Público. La Contraloría de la República intenta detectar con auditos posibles sobrecostos. Es una réplica de Curundú, con la diferencia que la vieja ciudad, la tacita de oro, ya no les pertenecerá.

Esa tarde que regresaba de las obras nuevas, de la nueva ciudad que diseñaron unos chicos en un rascacielo en el sistema financiero para remediar problemas que no entienden, luego de cruzar barreras de seguridad privadas y públicas, un transportista me llevó a la terminal. Negro como Vilma, como Elvis, elegante, de camisa planchada, me recordó que en estos casos, las víctimas terminan siendo verdugos.  

– Usted trabaja aquí.

– No. Estaba conociéndolo.

– Sabe algo. Colón será como Curundú. Un basurero. Los colonenses todo lo arruinan. Nunca cambiarán.