Baní: Poco seguimiento de la justicia

A unos kilómetros de distancia de “Milito”, vive Arelis en una casa calurosa en el centro de Paya. Ella como muchos dominicanos tienen poca cultura de seguimiento de la justicia.

Ella todavía tiene grabada en la mente la sonrisa de su atracador. Cuando la asaltaron, el 1 de abril de 2018, estrenaba una cartera. Mientras esperaba que llegara un carro público, se abrigó del sol debajo de una mata de mango. Dos jóvenes en un motor se le acercaron.

Uno de ellos le sonrió y le dijo que le diera el bolso. Arelis pensaba que era una broma y sonrió de vuelta. Se dio cuenta que era en serio cuando el muchacho le apuntó con un arma.

Fue a un destacamento esa tarde y puso la denuncia del atraco. Los agentes le dijeron que, una vez le devolvieran su cédula, regresara al otro día para iniciar el rastreo de su teléfono. Arelis no volvió. No quiso hacer ese esfuerzo. Total, asegura, no le devolverían nada.

Como Arelis, muchos dominicanos tienen poca cultura de seguimiento de la justicia. “Tampoco hay instrumentos o viabilidad. Se pierde tiempo. Recibir justicia en este país es muy complicado”, opina Alberto Morillo coordinador del Observatorio de Seguridad Ciudadana.

Incluso, cuando se poseen los recursos se dificulta darle seguimiento. Aparte de la denuncia hay que ir a juicio y estar pendiente de las audiencias. Otro detonante para que los procesos se aborten.

Cuando la atracaron a ella, a otra amiga también le robaron. A uno de esos ladrones, Miguel Antonio Arias, de 19 años, lo lincharían en Villa Sombrero, la noche del 15 de abril de 2018, luego de que intentara, junto a dos acompañantes, quitarle el arma de servicio al vigilante del alcalde de Baní, Nelson Camilo Landestoy.

El guardia del síndico le propinó dos disparos de escopeta, pero no llegó a matarlo. Según un testigo, cuando los bomberos lo entraban en la ambulancia, una multitud lo bajó de la camilla y le cayó a palos y pedradas. Una grabación muestra al muchacho en un charco de sangre, herido en un brazo.

Se escucha la voz de alguien que pide que le den otro tiro. Una mujer exige que sea en el otro brazo. Un hombre dice que no, que en la cabeza. El atracador, todavía vivo, pide que lo lleven a su casa.

Arelis piensa en las madres de los delincuentes que linchan y comprende el dolor de perder a un hijo. Dos de los suyos murieron en diferentes accidentes de tránsito por falta de un puente peatonal en la zona donde vivían. Pero también cree que la gente honrada tiene derecho a vivir. Cada vez que linchan un bandido, Arelis hace una cuenta mental.

Para ella es uno menos.

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