Santiago: La vida cambia por la delincuencia

El pastor Roger tiene 11 años en el país, tras llegar a Santiago desde Cabo Haitiano.

Ilustraciones: Nathalie Rodríguez
Gráficos: Shawn Fok

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En su iglesia, ubicada en el barrio de Jacagua al final de una calle sin salida donde varios niños corretean, se congregan los haitianos que viven en la zona para orarle al Bondye. Se encontraba ahí a las nueve de la mañana, el 29 de agosto de 2018.

Afirma que el patrullaje policial aumentó, pero decidió cambiar el horario de los cultos hasta las ocho de la noche. Antes duraban hasta las nueve, pero sus feligreses resultaron atracados en diversas ocasiones, con pistolas y cuchillos. Su iglesia no es la única que cierra más temprano. También colmados, panaderías, farmacias y otros establecimientos en la zona.

“La Policía es como la lotería, tiene un día bueno y un día malo. Hay semanas que dan seguimiento dónde están los puntos de droga. Todos los martes y los viernes se llevan gente, en la calle del callejón de los Ventura”, asegura el pastor.

Cada sábado, a partir de las ocho de la noche, esa calle se vuelve inaccesible. Los residentes se acostumbraron a que la Policía atrape los delincuentes y luego los suelte “tras pagar una fianza”.

La última parada, de las cinco realizadas en el recorrido de Santiago, se hizo a mediodía en Barrio Lindo. En una esquina en frente de un conocido punto de venta de estupefacientes se encontraba Melido Caba. “Cuando uno va a la Policía o a la Justicia uno coge más lucha que el delincuente. El ladrón llega más rápido a su casa que el que va a poner la denuncia”, dice Don Melido sin soltar los cigarrillos que compró en el colmado. “Aparte se agrava el problema, porque uno que no es delincuente tiene de frente al círculo delictivo”, dice.

Para él, el principal mal que afecta a esa comunidad, llena de casas apretujadas y bancas de apuestas, lo constituye la venta y el uso de drogas. No imagina la magnitud del problema. En Santiago, en 2017, se incautaron 50.8 kilos de cocaína; 1,275 gramos de crack; 1,487.9 de heroína; 258 de marihuana; 815 unidades de éxtasis y 13,649 de unidades no controladas.

A unas calles de distancia de Melido, Yanelis pedía una libra de pollo al colmadero Nelson. Ella, junto a varios dirigentes comunitarios, se encarga de que la Policía “dé su vuelta por el barrio”. Todos los lunes y los miércoles de cada 15 días, los agentes se reúnen con las juntas de vecinos. “Cuando la seguridad está media lenta nosotros tenemos contactos, que hablamos con ellos para que den su vuelta”, comenta Yanelis entre el olor a verduras frescas en el colmado. “Cuando se arma un rebú (problema) siempre se trata de que ellos lleguen. A veces llegan después que pasa el caso, como en todos los lugares”, dice.

El colmadero atribuye el auge de linchamientos a un mal que surge en la sociedad. “Todo el mundo actúa así, como en Haití que atrapan a alguien que roba y lo matan. Así es aquí, hay violencia por todos lados”, dice Nelson mientras con un cuchillo afilado termina de picar el pollo que alimentara a la familia de Yanelis.


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Este reportaje fue realizado por Indhira Suero para Listín Diario en el marco de la Iniciativa para el Periodismo de Investigación en las Américas del International Center for Journalists (ICFJ) en alianza con CONNECTAS.

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