El periodismo y el reto que plantea la lucha contra la desinformación

A los tradicionales obstáculos que históricamente ha enfrentado el periodismo, como el acoso judicial, las amenazas de violentos y poderosos, se suma ahora una más compleja: la desinformación.

Desinformación
Crédito: Adobe Stock

Por Ricardo L. Cruz, miembro de #CONNECTASHub

Quizás no exista profesional en el área de las ciencias sociales mejor entrenado para identificar proposiciones ficticias, discursos engañosos y aseveraciones carentes de credibilidad que un periodista: su actividad laboral conlleva un ejercicio constante —y hasta agotador— de rigurosa contrastación y verificación de datos. Aun así, no está exento de caer en la trampa de la información engañosa, fraudulenta o falseada generada por una compleja red de personas y empresas dedicadas a generar contenidos, cuyo fin último es distorsionar la percepción de la realidad de los ciudadanos.

Pasó recientemente en Colombia. Allí, diarios de gran trayectoria registraron la historia de una joven diseñadora que, como se supo luego, mintió sobre su trayectoria profesional al señalar que había trabajado en la más reciente producción del cineasta japonés Hayao Miyazaki. Fue en este mismo país donde un rumor que arrancó con fuerza en la red social X (antes Twitter), sobre la supuesta evacuación en helicóptero de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia en momentos en que ciudadanos protestaban frente a la sede de este alto tribunal, terminó copando espacios en los principales medios de comunicación.

Casos como los anteriores se repiten en todos los rincones del planeta, incluso en países donde la práctica del periodismo logró desarrollar altos estándares de rigurosidad. Recientemente, el cantautor español José Luis Perales tuvo que desmentir públicamente las informaciones sobre su muerte, publicadas en varios portales informativos del país ibérico y en un sinnúmero de cuentas de usuarios de redes sociales. En los casos anteriores, las obligadas rectificaciones terminaron minando la —ya menguada— credibilidad de los periodistas.

Lejos de constituir ejemplos de irresponsabilidad mediática, de errores no intencionados o de “simples metidas de pata”, lo que muestra esto es la complejidad del ecosistema informativo en el que hoy se desenvuelven los periodistas.  A diario pululan los mensajes manipulados con intenciones de atizar el fuego de la disputa ideológica, las opiniones mal infundadas disfrazadas de noticia reveladora y falsos sucesos presentados como verdaderos e irrefutables.

La desinformación por encargo constituye un fenómeno que ya alcanzó dimensiones preocupantes. No solo por su alto nivel de penetración, sino también porque detrás de cada pieza, nota, post, tweet o meme se esconde una planeación deliberada con un fin claro: afectar la comprensión de los hechos de carácter público. Esto apunta a exaltar las emociones y profundizar los sesgos ideológicos, atentando así contra uno de los principios fundamentales de las democracias de origen liberal: la posibilidad de construir consensos sobre la base de la discusión argumentada.

No en vano, politólogos, sociólogos, intelectuales y periodistas de todo el mundo califican este flagelo como una de las amenazas más importantes para las democracias occidentales. En 2020, el Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y garantías de no repetición de la ONU, consignó en su informe que “la difusión masiva de noticias falsas puede generar climas propicios para una peligrosa radicalización de las personas, generando un contexto perjudicial para la convivencia (…) la información falsa revela y exacerba el colapso de los valores y la disolución de las sociedades”. 

Para Rocío Alorda, presidenta del Colegio de Periodistas de Chile, “efectivamente, la desinformación es un fenómeno global, complejo y que impacta en la calidad de la democracia. Nosotros en Chile pasamos por procesos electorales, como el Plebiscito para aprobar la nueva Constitución y claro, fueron episodios donde circularon muchas fake news que no sé qué tanto habrán influido en el votante, pero es indudable que afectaron el proceso electoral”.

¿Cómo enfrentan los periodistas actualmente esta oleada desinformativa? ¿Qué estrategias se deberían implementar en las salas de redacción para que los profesionales de la comunicación no sean víctimas de la desinformación? Para Rocío Alorda, la mejor manera de enfrentarla es, justamente, con más y mejor periodismo. 

“Creo que es importante recuperar los horizontes de la ética profesional que nos obliga, por una parte, a ser muy responsables de la información que transmitimos al público, verificándola las veces que sean necesarias”, asegura la presidenta del Colegio de Periodistas de Chile, quien agrega que “hoy día se han desarrollado diferentes mecanismos y metodologías de verificación de datos y de contenidos, que evalúan si fueron desarrollados por inteligencias artificiales. Así que lo hay que fortalecer es el buen periodismo”.

Informar, verificar, volver a verificar    

Manipular, mentir y desinformar con fines políticos no es un hecho nuevo en la historia de la humanidad. Quien mejor entendió el impacto que genera en las mentes y los corazones una mentira difundida masivamente fue Joseph Goebbels, el famoso ministro de Propaganda de Hitler. Pero mucho han cambiado los tiempos desde que el Nazismo se pavoneaba triunfante por Europa. 

Hoy, además de continuar empleándose como estrategia de comunicación política, la tecnología ha llevado la desinformación a otra dimensión. Los dispositivos digitales y los algoritmos han favorecido la inmediatez y la masividad con que hoy se difunde información falseada con precisión quirúrgica y asistida por inteligencias artificiales. Este ecosistema ha favorecido la emergencia de influencers, tiktokers e instagramers “quienes hacen videos y contenidos larguísimos, complejísimos, que tienen muchas más mentiras de las que cabían en un meme”, como lo afirma José Felipe Sarmiento, editor de Colombiacheck.

El proyecto Colombiacheck, una plataforma digital colombiana, abierta y colaborativa en la cual se publican artículos basados en la técnica anglosajona conocida como fact-checking. Gracias a ello han logrado consolidar una metodología dirigida no solo a que los profesionales de la comunicación, sino cualquier ciudadano en particular, aprenda a diferenciar “entre la maleza y el trigo”. 

“Nosotros tenemos un método sencillo que es un paso a paso para verificar información, disponible en nuestro sitio web”, señala Sarmiento, quien agrega que también existen herramientas y estrategias digitales de fácil acceso para no dejarse engañar.

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“Buscadores como Google y el mismo X tienen opciones de búsqueda avanzada muy potentes, también se pueden hacer búsquedas inversas de video o convertir estos a fotogramas, para verificar. También están las plataformas de archivos digitales de páginas web, para revisar si una página se editó o si un post se borró. Hoy día la desinformación es muy sofisticada, hay sitios que evaden ciertos filtros, son creativos en el uso del lenguaje”, agrega Sarmiento.

Por ello, advierte el editor de Colombiacheck, el método básico para enfrentar la desinformación sigue siendo una rigurosa reportería: verificar tantas veces cuantas sean necesarias. 

Regulación ¿la solución?

La desinformación también se ha convertido en uno de los negocios contemporáneos más lucrativos en donde sus principales clientes, en no pocas ocasiones, resultan ser los gobiernos. La investigación realizada por el periodista boliviano y miembro del Hub, Jesús Vargas Villena, develó para la alianza de Verdad con Tinta y CONNECTAS, cómo desde el corazón mismo de la administración de Tarija, ciudad al sur de Bolivia, se creó toda una compleja red de desinformación para desacreditar rivales políticos. Perfiles falsos, cuentas fake, creación de medios digitales de comunicación “fantasma” hicieron parte de las estratagemas dirigidas por el exgobernador Adrián Oliva para incidir en la opinión pública.

Historias de estas se repiten en la región. En Medellín, Colombia, los entes de control disciplinario y fiscal del país evalúan si hubo dolo en el pago hecho por la Alcaldía de la ciudad a un grupo de portales de internet, durante el periodo 2020-2024, rotulados como alternativos, con escasos seguidores, poca o nula trayectoria periodística, desde los cuales siempre se habló bien de la gestión del mandatario.

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¿Cómo controlar este fenómeno? La respuesta es más compleja de lo que se piensa. De acuerdo con la abogada Agustina del Campo, del Centro de Estudios en Libertad de Expresión y Acceso a la Información (CELE) de la Universidad de Palermo, Argentina, el derecho a la libertad de expresión, uno de los pilares fundamentales de las democracias de origen liberal, protege incluso a quienes difunden informaciones falsas. “Ninguna de las convenciones internacionales que contemplan el derecho a la libertad de expresión condicionan su ejercicio o su protección a la veracidad”, según se lee en artículo de su autoría: ¿la desinformación en democracia o la democracia de la desinformación?

Aunque la Constitución de Colombia, en su artículo 20, consigna expresamente que la garantía a la libertad de expresión está sujeta a que esta sea veraz, lo anterior no ocurre en todos los países de la región, lo que genera la pregunta obligada sobre la regulación. “Yo sí estoy de acuerdo, pero el quid del asunto es el cómo, porque podemos caer en el error de crear una supraentidad del Estado con poder de decidir qué es verdad y qué no, y eso no es bueno”, sostiene Sarmiento, de Colombiacheck.

Para Rocío Alorda, del Colegio de Periodistas de Chile, la regulación es válida en determinados contextos, “como en los procesos electorales, ahí sí sería bueno regular la distribución de información falsa o desinformación a través de medios de comunicación para evitar que esta impacte en la calidad de la democracia. Hay países que han avanzado en esta materia como Francia”.

Sin embargo, algo en lo que coincide Alorda con Sarmiento, es que enfrentar este fenómeno complejo implica contar con el concurso de una serie de actores del sistema informativo, iniciando por las audiencias, los periodistas, los dueños de medios de comunicación, los gobiernos, entre otros. Por lo pronto, queda claro que para el periodista, el mejor recurso para enfrentarse a la desinformación sigue siendo un buen ejercicio de reportería, tal como lo enseñó uno de los mejores maestros de este oficio y miembro del Hub, Daniel Santoro, quien alguna vez dijo: dudar y verificar, dudar y verificar incluso, el amor de la madre. 

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