Trump y la campaña del miedo

El presidente estadounidense ha preferido mostrarse como un hombre duro e intransigente en medio de las fuertes protestas raciales en su país. Todo indica que dividir a la población en medio de las tensiones y la zozobra de la pandemia busca atraer el voto indeciso.

Varias ciudades de Estados Unidos llevan ya más de una semana de protestas y disturbios sin que se vislumbre una pronta solución. Créditos: Paul Becker - CC-BY-2.0

Muchas escenas surrealistas sucedieron esta semana en Estados Unidos en medio de las protestas por la muerte de George Floyd a manos de la policía. Pero la visita del presidente, Donald Trump, a una iglesia, abriéndose paso entre los protestantes a punta de gases lacrimógenos solo para sacarse una foto alzando la biblia, está sin duda entre las primeras. 

La imagen es el resumen de la estrategia del mandatario: mostrarse fuerte y apelar a los valores de la base más conservadora del país por encima de los reclamos de los manifestantes. Varios analistas coinciden en que, a cinco meses de las elecciones presidenciales, Trump parece empecinado en sacar provecho político de la revuelta. Pero apelar a la confrontación ante los pedidos de la gente es una arriesgada apuesta que puede tumbar su carrera para la reelección.

Para empezar, su breve muestra de poder en la visita a la iglesia episcopal Saint John, a una cuadra de la Casa Blanca, fue muy criticada por varias personas, incluso algunas cercanas a su línea. Desde Mariann Budde, obispa de la diócesis episcopal de Washington, quien dijo a CNN sentirse “profundamente ofendida” por el gesto político del mandatario frente a su iglesia. Hasta la fuerza policial de Arlington, Virginia, que ayudó a abrir el camino del presidente hasta Saint John y que luego de la foto retiró a sus oficiales, aduciendo que fueron usados para “un propósito indigno de su misión de servicio”.

“Hace tiempo que se perdió el sentido de normalidad. Pero este fue un hecho especialmente inmoral”, dijo Brendan Buck, un exasesor del Partido Republicano al Washington Post. “El presidente usó la fuerza contra ciudadanos no para proteger la propiedad sino para calmar sus propias inseguridades”. 

En general, la respuesta del presidente Trump a las manifestaciones ha sido de completa intransigencia. El lunes, pidió a los gobernadores “dominar” y ser “mucho más agresivos” con los manifestantes. También amenazó con convocar una ley marcial, que le permitiría usar al ejército para frenar las protestas en todo el territorio nacional. La propuesta es tan polémica que incluso el secretario de Defensa, Mark Esper, se distanció del presidente al señalar en una rueda de prensa que está en contra de la idea.

Mientras tanto, el candidato demócrata Joe Biden está aprovechando la revuelta para mostrarse como la opción más conciliadora. Después de estar relativamente callado los primeros días de la protesta, el exvicepresidente visitó a los manifestantes en Delaware, apareció en ruedas de prensa prometiendo “arreglar las heridas raciales que han plagado el país” y se intensificaron las versiones  de que escogerá una vicepresidenta afroamericana. Aunque tuvo una salida en falso al proponer enseñar a los policías a “disparar a las piernas y en vez de al corazón”.

También recibió un fuerte espaldarazo de Barack Obama en una columna de opinión donde el expresidente hizo un llamado a aprovechar el momentum de la protesta para dar un giro político. “Debemos movilizarnos para crear conciencia y organizar y votar para asegurarnos de que elijamos el candidato que reforme las cosas”, escribió en la carta publicada originalmente en Medium. No es habitual que un expresidente estadounidense haga un comentario tan explícitamente político, pero la imagen débil y, a veces, errática de Biden, ha llevado a Obama a asumir el rol de ser, tras bambalinas, el principal referente de la campaña demócrata.

Al otro lado de la mesa, la bancada republicana ha tratado de pasar de agache, guardando silencio y evadiendo preguntas de periodistas. Pero es evidente que hay inconformes. Ben Sasse, de Nevada, y Tim Scott, de Carolina del Sur, criticaron el uso que hizo Trump de la religión como arma política. Aunque otros, como Ted Cruz y Tom Cotton, de Texas y Arkansas, respectivamente, salieron a agradecer su labor ante los disturbios. 

Cada uno se está jugando sus cartas según sus cálculos políticos. Empezando por Biden y el propio Trump. Los ataques de este último contra los manifestantes, tildándolos de terroristas y ladrones, no pueden entenderse fuera de la estrategia política que está jugando de cara a las elecciones presidenciales en noviembre.

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De cierto modo, esa es una pieza más dentro de la ya conocida estrategia de crear enemigos adentro y afuera del país para reforzar la popularidad de su administración. Ya lo venía haciendo con China y, en el contexto de la pandemia, cuando acusó a la Organización Mundial de la Salud de ser una marioneta del gigante asiático y sugirió que el coronavirus fue creado en un laboratorio chino, en contra de los reportes conocidos de su servicios de inteligencia. 

Está claro que hay un sector de la población estadounidense, especialmente al interior del país, que resuenan con ese mensaje. Incluso fuera de Estados Unidos. Ha llamado la atención la particular actividad en redes sociales de respaldo al mandatario los últimos días con tendencias como #AméricaConTrump o #EspañaConTrump. Para muchos, bajo una lógica macartiana, Trump representa la batalla contra cualquier ideología de izquierda y la amenaza de la supuesta llegada del comunismo.

El ‘divide y reinarás’ al que parece apostarle Trump calcula reforzar sus bases con el temor, y el hecho de dejar de lado sectores relevantes como los afroamericanos, dando por descontado que no lo van a apoyar, lo empuja a buscar ganar votos de los indecisos.

“Parece que Trump está esperando que la comunidad blanca suburbana esté tan asustada de las protestas y de las ventanas rotas en las tiendas Target que lo apoyen en números suficientes para anular el voto negro”, señala el analista político Juan Williams en una columna publicada por el New York Times.

En cuanto a la comunidad negra, es probable que se vuelque a las urnas en apoyo de Biden, algo que no hizo con Hillary Clinton (de hecho, en 2016 decayó por primera vez en 20 años la participación electoral afroamericana. Eso fue, en parte, lo que explicó la derrota de la demócrata). El exvicepresidente ya era el favorito de esta comunidad y ahora se está abanderando de la causa racial, más vigente que nunca.

Además, las encuestas no han sido favorables para Trump. En el escenario electoral Biden le lleva 10 puntos de ventaja, según la última encuesta de ABC News-Washington Post, publicada el 31 de mayo y sondeada antes de la muerte de George Floyd. Además, el mandatario tiene una imagen negativa de 53 por ciento. Como señala Nate Silver, editor de FiveThirtyEight, “ningún presidente ha tenido una imagen desfavorable más alta” en la historia de Estados Unidos.

Esto es un dato especialmente diciente a solo cinco meses de las elecciones. Aunque nunca se sabe qué tanto influirá, gracias al particular sistema de votación estadounidense de colegios electorales, donde no necesariamente se elige quien gane en el voto popular.

De todas formas, si algo sabe hacer el actual mandatario es darla la vuelta a una campaña electoral. Jugando el papel de general en la guerra contra China, el coronavirus y, ahora, el fantasma de la anarquía, puede que vuelva a dar la sorpresa. En esta campaña, Trump, fiel a su fama de tahúr, está apostando a varias bandas. Esta vez, sin embargo, parece que la casa no tiene la ventaja.