El racismo oculto de América Latina

Los casos de racismo en algunos estadios europeos muestran que ese problema crece en el mundo, y Latinoamérica no es la excepción. Un nuevo análisis de Amnistía Internacional hace sorprendentes revelaciones sobre el tema. ¿Cómo puede persistir ese fenómeno en un subcontinente tan mestizo?

RACISMO - LATINOAMÉRICA

Por Carlos Gutiérrez

Cuando Pedro Castillo terminó destituido de la presidencia del Perú, tras haber tratado de disolver el Congreso, The New York Times reveló que, ante las protestas populares,  las fuerzas de seguridad dispararon rifles de asalto y ocasionaron “la muerte de personas desarmadas que estaban a cientos de metros de distancia”. Diversas organizaciones y medios de comunicación calificaron de excesivos estos actos. 

Pero el asunto iba mucho más allá del uso de la fuerza. Amnistía Internacional, en su reciente informe Racismo letal, reporta, a partir de 25 casos documentados,  que “las muertes registradas durante las protestas sugieren un marcado sesgo racista por parte de las autoridades peruanas” y que de ese grupo, al menos 20 tienen las características de una “ejecución extrajudicial”, todo ello en las ciudades de Andahuaylas, Chincheros, Ayacucho, Juliaca y Lima.  El organismo se refiere al hecho de que la inmensa mayoría de los protestantes provenía de sectores indígenas del país.

El racismo es un asunto importante en Perú. De acuerdo con datos del Ministerio de Cultura de esa nación, un 57% cree que la población indígena o nativa de la Amazonia es discriminada por su forma de hablar, su vestimenta y sus rasgos físicos y un 60% de la población percibe que los afroperuanos son discriminados por su color de piel, rasgos físicos y porque se les asocia con la delincuencia.

En realidad, este tema rebasa por mucho las fronteras peruanas. Es una ideología dañina presente en todos los países latinoamericanos, donde, según el Banco Mundial, una de cada cuatro personas se identifica como afrodescendiente y conforma “la minoría más invisibilizada de América Latina”. Este organismo informa que a este grupo social pertenecen 133 millones de personas, la mayoría en Brasil, Venezuela, Colombia, Cuba, México y Ecuador.

Resulta paradójico, porque los latinoamericanos también sufren actos racistas en otras partes del mundo. Un incidente de esta naturaleza dio la vuelta al mundo a mediados de mayo, porque involucró al futbolista brasileño Vinícius Junior, del Real Madrid. Ocurrió durante un partido en el estadio de Mestalla, cuando múltiples espectadores lanzaron insultos racistas contra el deportista, ante lo cual Vinícius encaró a quienes lo agredían en medio de un escándalo monumental.

Más tarde, en redes sociales, el jugador afirmó que el racismo en el fútbol es frecuente y tanto La Liga como la Federación lo consideran normal. “El campeonato, que una vez perteneció a Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi, ahora pertenece a los racistas”, escribió en Twitter. Por su parte, el Real Madrid lanzó un comunicado en el que informó que había acudido a la Fiscalía General del Estado para denunciar “tales ataques” como “un delito de odio” que constituye “un ataque directo al modelo de convivencia de nuestro Estado social y democrático de derecho”.

América Latina y el Caribe pueden contar su historia a través de actos de discriminación y racismo, porque son “parte constitutiva de los problemas de la región”, afirman los investigadores Álvaro Bello y Marta Rangel en la Revista de la CEPAL. Ello ha dejado “secuelas de pobreza, exclusión y desigualdad en la vida de millones de personas”, sobre todo en comunidades indígenas y afrodescendientes, agregan. Señalan que los Estados latinoamericanos tienen un enorme desafío no solo del lado económico, sino también en términos de avance democrático y reformas estatales.

Otro caso muy sonado es el de la vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez, quien ha denunciado agresiones racistas en su contra. En una de ellas, durante una protesta frente al Congreso colombiano el 22 de septiembre, una manifestante de 62 años no tuvo inconveniente en exclamar: “es un simio… Qué educación puede tener un negro, los negros roban, atracan y matan”. Por tal motivo, la mujer tuvo que enfrentar cargos de la Fiscalía por una “intervención marcada de odio”.

Otras voces, no obstante, critican a la funcionaria de respaldarse en presuntos ataques racistas para no rendir cuentas que serían usuales en otros países y circunstancias. Como cuando, ante las objeciones ante un viaje oficial a África con una gran comitiva, ella contestó que “si fuera un hombre mestizo o blanco no debería decirlo, ese respeto está intrínseco”. 

Ante estos escenarios, surge la pregunta de qué es el racismo. Un comunicado de la Red Integra de México, constituida por más de cien académicos de 50 instituciones de investigación y educación superior, señala que se trata “de una forma estructural de dominación que inferioriza a grupos y personas, que se expresa en ideas, prácticas institucionales y en la vida cotidiana”.  

La antropóloga social Gabriela Iturralde coincide con esa definición y subraya que “no formamos parte de razas, pero el racismo así lo imagina”. El mayor problema es que este conjunto de creencias se encuentra normalizado y naturalizado. “Lo hemos aceptado como una verdad incuestionable”, detalla esta investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en México.

La exsenadora María Celeste Sánchez, la primera mujer afromexicana en llegar al Senado de la República, sugiere hablar de “racismo sistémico”, porque las personas afrodescendientes han vivido un “borramiento” de la historia, y han permanecido ausentes en las leyes durante siglos. De acuerdo con datos del Banco Mundial, este grupo poblacional en América Latina tiene 2,5 más posibilidades de vivir en pobreza crónica que las personas de piel blanca o mestiza. Además, presentan menos años de escolarización, más desempleo y “aún están sobrerrepresentados entre los pobres y subrepresentados en las posiciones de toma de decisiones, tanto en el sector público como en el privado”. 

Lo anterior adquiere una dimensión importante porque, según el mismo estudio, al menos uno de cada cuatro latinoamericanos se identifica como afrodescendiente. Eso implica que al menos la cuarta parte de la población latinoamericana padece fuertemente los efectos de la discriminación racial. 

“Hay mayor pobreza, porque hay menor educación. No es que las mujeres afroamericanas no puedan aprender a leer o escribir, no. Es que el acceso a estos derechos se ha visto limitado porque no hemos estado nombrados y nombradas en las leyes y en las políticas públicas”, explica Sánchez.

¿Por qué los latinoamericanos, mestizos en su mayoría, tenemos comportamientos racistas? Esto se debe, responde Iturralde, a que se ha instaurado un modelo “que imagina al mestizo como una raza, tanto es así que muchos de sus pensadores piensan en la quinta raza, en la raza de bronce”. Aquellos que salen del modelo mestizo son excluidos, como pasa con los grupos indígenas y afroamericanos. Es un discurso que imagina la sociedad homogénea, pero no igualitaria ni equitativa.

Es así como se ha conformado el “mito de la democracia racial”, una narrativa que nos ha hecho creer que no existe discriminación porque en los países latinoamericanos hay siglos de mestizaje, escribió la periodista Ana María Ospina en el diario español El País. Ospina habla de Colombia, pero esa situación se ve replicada en todo el continente. “La idea de que somos una ‘nación mestiza’ y que nuestra cultura (y fisonomía) es el feliz resultado de una mezcla de culturas afro, indígena y blanco-europea, impide la reflexión sobre los conflictos e inequidades generados por la esclavitud y la explotación económica de las comunidades étnicas”.

La idea de que todos somos iguales proviene de la conformación de los nacionalismos en América Latina. Pero esa creencia borró la diversidad cultural. “Borró nuestros aportes y todo por lo cual tendríamos que sentirnos orgullosos y orgullosas no solamente por nuestro fenotipo”, subraya la exsenadora Sánchez.

En Chile, explica Macarena Bonhomme, académica del doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chile, se reconoce la identidad nacional “como aquella constituida exclusivamente de una ascendencia europea e indígena, pero excluyendo cualquier origen africano, a pesar de que el movimiento de afrochilenos demuestre lo contrario”. Para ella, esta “construcción de blanquitud” hace posible “que se rechace a nivel local lo que el Estado-nación chileno históricamente ha buscado disolver, que es la ascendencia indígena, que es parte de esta identidad mestiza. Esto permite explicar por qué la plurinacionalidad fue uno de los aspectos más controversiales en los debates durante la convención constitucional”.

Los Estados latinoamericanos tienen mucha responsabilidad en esta situación y deberían trabajar en construir mayor equidad. “Me gustaría ser tan idealista como para decir que hay que cambiar el modelo económico. Por supuesto que hay que hacerlo, garantizar una mejor distribución de la riqueza y garantizar el ejercicio de todos los derechos, sin discriminación para nadie. Se debe invertir más en educación, en derechos humanos y en el respeto a lo diverso”, dice Iturralde.

El racismo obstaculiza el desarrollo de las sociedades de América Latina. “No podremos avanzar mientras no visibilicemos la diversidad que hay en nuestros países”, considera Sánchez. Los gobiernos deberían reconocer que existen distintos grupos sociales y atender sus particulares necesidades. “Si esto no lo vemos desde un enfoque intercultural, si seguimos viéndonos como un grupo homogéneo, en el cual todos somos latinos y ya, no podremos avanzar en América Latina”, subraya.

Es necesario reconocer que, aunque pocos, se han dado pasos. En el caso de Vinícius, el Gobierno brasileño respondió enérgicamente desde la tribuna presidencial y de forma simbólica al quitar la iluminación del Cristo Redentor en señal de protesta. Sánchez destaca que en ese país se ha dado un “cambio considerable”, porque cada vez hay más personas afrodescendientes en las universidades. En enero, en la revista Política exterior, el analista internacional Luis Esteban G. Manrique también escribió que Brasil estaba siguiendo el modelo de la affirmative action de Estados Unidos, para promover una serie de políticas y aumentar la participación de grupos racializados en ámbitos donde han estado infrarrepresentados.

Aun así, el camino es largo. Para Ospina, es necesario plantear políticas públicas para eliminar el “racismo estructural”. En noviembre, durante el Foro Tendencias, en una conversación con Pepa Bueno, directora de periódico El País, Francia Márquez señaló que el verdadero reto de los Estados está en la educación, que se fomenten las prácticas antirracistas. “Esto lo vivo yo, como vicepresidenta, pero lo viven los niños y niñas todos los días, quienes crecen con estereotipos”, dijo.

Al final, el racismo es como el alcoholismo: hay que aceptar la enfermedad y dejar atrás la negación para poder hacerle frente. Es urgente que nos reconozcamos como sociedades racistas y que los gobiernos latinoamericanos generen verdaderas acciones legales y educativas para otorgarles a todos los grupos un estatus de ciudadanos con derechos plenos, incluyendo el de tener lenguas, fenotipos, tradiciones y costumbres diferentes a las dominantes. Solo al reconocer y respetar la diversidad podremos trascender nuestra historia de opresión y discriminación.