Covid 19 y Brasil: el colapso de un país

Con un presidente empecinado en negar la tragedia, la pandemia descontrolada en el gigante suramericano se convierte en un peligro mortal para América Latina y el mundo.

Un año y 300 mil muertes después del comienzo de la pandemia, Brasil se encuentra en la fase más letal. Tiene hoy el mayor número de muertes por millón de habitantes en el mundo; superó las 3.000 diarias y se enfrenta al “peor colapso del servicio sanitario” en su historia, según Marcelo Queiroga, el cuarto ministro de Salud de este gobierno. De los 27 estados federales, 25 tienen tasas de ocupación del 80 por ciento en sus Unidades de Cuidados Intensivos mientras los medicamentos para sedación y el oxígeno comienzan a escasear. Entre tanto, el presidente Jair Bolsonaro afirma en actos públicos que no hay que seguir lamentándose: “¿Hasta cuándo van a estar llorando?”  

La actitud olímpica del presidente ante la tragedia no es ninguna novedad. Ya en marzo del 2020, cuando la covid-19 apenas comenzaba su camino por Latinoamérica, dijo que se trataba de una gripita, que esa “pequeña crisis” tenía “mucho de fantasía”, y que pronto la gente se daría cuenta de que había sido engañada con ese asunto del coronavirus. 

Pero la realidad ha mostrado una cara mucho más amarga. Con más de 210 millones de habitantes y fronteras con 10 países sudamericanos (Uruguay, Paraguay, Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y Guayana Francesa), la crisis de Brasil es vista con angustia por una región que ha logrado contener hasta cierto punto el virus y avanza tímidamente en su proceso de vacunar a su gente. Algunos de estos países han tomado medidas. Colombia decidió cerrar el paso fronterizo hasta el primero de junio, mientras que en Perú el Ejército intenta frenar el paso de migrantes, en su mayoría haitianos, que vienen de Brasil. Uruguay, en cambio, decidió utilizar un remanente del primer paquete de vacunas para “blindar” su frontera con el gigante. 

Sin embargo, según le dijo a CONNECTAS el doctor José David Urbaéz, director científico de la Sociedad Brasilera de Infectología (SBI) del Distrito Federal, “el virus no tiene fronteras” y será muy difícil restringir el movimiento en zonas limítrofes donde las personas crean vínculos de todo tipo. Además, considera que esta crisis no concierne solo a los países de la región, sino que tiene implicaciones mundiales. En eso coincide el doctor Jamal Suleiman, médico del instituto de Infectología Emilio Ribas: “No representamos un peligro solo para los países vecinos sino para el mundo, porque tenemos tres variantes circulando y con gran chance de emerger otras. Estamos en un barco a la deriva en medio de la tempestad, y esto no es una ola sino un tsunami”, señaló en entrevista para Voz de América.

En la fórmula del desastre actual se combinan varios ingredientes, aunque los expertos coinciden en que todo comienza con la política del gobierno o, más bien, con su ausencia. Como señala el doctor Urbáez, el país nunca tuvo el objetivo de controlar la transmisión del virus. “Quedó en las manos de gobernadores y alcaldes hacer lo que podían, pero terminaron al final muy involucrados con los grupos de poder que consiguieron posicionar una dicotomía que no existe, la dicotomía entre la economía y la salud”.

Frente a la crisis, el ejecutivo brasilero se ha dedicado a minimizar la pandemia, a hacer recomendaciones en contravía de la evidencia científica y a oponerse en forma acérrima a los confinamientos. En abril de 2020 Bolsonaro destituyó a su ministro de salud del momento, Luiz Henrique Mandetta, por su desacuerdo sobre las cuarentenas. “Ya sé… la vida no tiene precio. Pero la economía y los empleos tienen que volver a la normalidad”, dijo entonces el mandatario. 

Tan solo un mes después, su reemplazo, Nelson Teich, dimitió por sus diferencias con el presidente acerca del uso de la cloroquina, un fármaco promovido por Bolsonaro sin el menor respaldo científico. El presidente admitió sin ambages que cambió de ministro para que el país adoptara esa droga en cualquier caso de covid-19. Y para no tener que volver a reemplazar al jefe de esta cartera, decidió dejar como ministro interino a Eduardo Pazuello, un general activo del Ejército que reconoció que antes de asumir el cargo “ni siquiera sabía qué era el SUS”, el sistema sanitario público de Brasil. 

El gobierno de Bolsonaro no solo ha promocionado medicamentos descartados por ineficaces. Por ejemplo, resolvió distribuir un “kit Covid” compuesto por hidroxicloroquina, ivermectina y azitromicina. Según dijo a la BBC el intensivista Ederlon Tezende, coordinador de un hospital público de Sao Paulo, esos fármacos pueden tener efectos letales en el 15 por ciento de los pacientes que desarrollan una forma severa de la enfermedad. Otros especialistas mencionan efectos colaterales graves, como problemas renales, hepatitis y arritmia cardiaca.  Incluso el Gobierno ha puesto trabas a medidas sencillas fuertemente promovidas por los expertos, como cuando vetó la obligatoriedad de usar mascarillas. 

Un estudio publicado en enero por la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Sao Paulo y Conectas Derechos Humanos ordena y analiza en una línea de tiempo las declaraciones, leyes y normativas del Gobierno federal en la pandemia. Y su conclusión, llena de ironía, llega a hablar de una situación casi premeditada en el palacio de Planoalto:  “Los resultados disipan la persistente interpretación de que parte del Gobierno federal es incompetente y negligente a la hora de gestionar la pandemia. Muy al contrario, la sistematización de datos (…) revela el compromiso y la eficacia de la acción del Gobierno federal para difundir ampliamente el virus en el territorio nacional, declaradamente con el objetivo de reanudar la actividad económica lo antes posible y a cualquier precio”.

A pesar de todo, la popularidad del presidente brasilero se mantuvo estable hasta diciembre. Según un sondeo del Instituto Datafolha, la aprobación de Bolsonaro estaba en su mejor nivel desde el comienzo de su mandato, con un 37 por ciento de los encuestados que consideraba su gestión óptima o buena. Su discurso populista y negacionista ha alentado hasta ahora a su base más dura de seguidores a no aceptar las recomendaciones de las autoridades para contener la pandemia, algo parecido a lo que sucedía con Donald Trump en Estados Unidos. 

Y en cuanto a la vacunación las cosas no van mejor. Como le explicó a CONNECTAS Jorge Bermúdez, jefe del Departamento de Política de Medicamentos y Asistencia Farmacéutica de la respetada fundación Fiocruz, la lentitud en el proceso se debe, en primera instancia, a que comenzó tardíamente, pues el gobierno no le dio prioridad a buscar acuerdos para adquirir vacunas. Incluso dejó pasar la oportunidad de producirlas directamente en Brasil mediante un acuerdo existente con China. En octubre, el presidente canceló la compra de 46 millones de dosis de la vacuna de ese país, alegando que “los brasileros no serán conejillos de indias de nadie”.  

“El propio desdén del presidente dificultó el recibimiento de materias primas para la producción establecida por Fiocruz y el Instituto Butantan. Solamente ahora, con la situación calamitosa que el Brasil enfrenta, el gobierno anuncia que se encuentra negociando y que va a recibir vacunas de varios fabricantes durante 2021. A pesar del tradicionalmente sólido sistema de salud del Brasil y del desempeño en otras situaciones, faltó una coordinación efectiva entre las tres esferas de gobierno (federal, estatal y municipal) y su esfuerzo unificado y planificado para enfrentar adecuadamente la pandemia”, señaló Bermúdez.

Además de la falta de coordinación y una vacunación a paso de tortuga, el estado actual de la pandemia en Brasil se explica por el movimiento masivo de personas a finales del 2020 y principios del 2021 debido a las fiestas y el Carnaval, a pesar de estar oficialmente prohibido. “Ahí está el último de los ingredientes. Si se deja al virus circular de esa forma, es evidente que lo estamos induciendo a hacer mutaciones que le sean ventajosas; el virus aprende a ser más eficaz para multiplicarse, que es lo que él quiere, las cargas virales son mucho más elevadas de lo que ya eran y se tienen muchas más personas infectadas, muchas más personas graves”, afirmó el doctor Urbaéz. 

Lo más triste es que Brasil había construido durante años un sólido sistema de salud pública. Para Urbaéz, “esto no nos había sucedido jamás, porque una de las cosas más prestigiosas de este país, que nosotros construimos a lo largo de estos años fue el ministerio de la Salud, independientemente del presidente, de partidos, tenía sus detalles pero siempre fue una institución central, respetada, con mucho poder a partir de ese prestigio, una gran institución comprometida y todo eso fue borrado”.

Con esta crisis sanitaria, la pandemia comienza a convertirse en un obstáculo real para que Bolsonaro gane la reelección el próximo año. Su caída de popularidad coincide, además, con un evento inesperado: el potencial regreso de Lula da Silva a la escena política, favorecido por un juez de la Corte Suprema que anuló las condenas de 2017 contra el expresidente por lavado de dinero y corrupción. Aunque no ha confirmado su candidatura, Lula ya ha aprovechado sus intervenciones públicas para criticar el manejo de la pandemia y convocar a los líderes mundiales para hablar del acceso a las vacunas. 

En forma similar a lo sucedido en las elecciones de Estados Unidos, “se puede esperar que Lula adopte una estrategia parecida a la de Joe Biden en 2020, moviéndose al centro y permitiendo que la pandemia y el colapso económico sean el foco de atención y le den suficiente cuerda a Bolsonaro para ahorcarse”, le dijo Oliver Stuenkel, profesor de la Fundación Getulio Vargas a The Dialogue. 

En cuanto a Bolsonaro, parece poco probable que su estrategia para contener a Lula contemple contener el virus. Mientras tanto, Brasil sigue rompiendo sus propios récords de muertes, con un sistema de salud al borde del colapso y la amenaza latente de una pandemia sin control. Convertido en una especie de laboratorio de virología al aire libre, el gigante suramericano se ha transformado en una amenaza para el mundo, a pesar de haber tenido en el pasado un bien ganado prestigio en sus políticas de salud pública. Una macabra ironía digna de los chistes irresponsables de su presidente.