SIN VIAJE DE RETORNO


Tapachula  con  su calor, cafetales y cacao es la  última ciudad de la Frontera Sur de México. Vecina de Guatemala, esta ciudad de Chiapas es  verde y abundante en árboles de mango. Este es el espacio donde vive Juan, Raúl, Byron y Martín después de que el tren los dejó sin piernas o brazos. Este es su nuevo hogar, una ciudad fronteriza  donde la migración marca el pulso y en las bancas de la plaza principal los migrantes deambulan con sus mochilas o descansan para continuar su viaje.

 

En la esquina, una luz roja marca el alto y en ese minuto en que los coches están detenidos, pasa un joven y resumen su camino: “perdimos todo menos la vida”. Los automovilistas lo escuchan, unos lo ignoran y los menos bajan su ventanilla para darle unas monedas que guardará para poder seguir su camino. Así como él, otros migrantes más intentarán comer algo ese día u obtener dinero para su viaje que recién inicia. El norte aún está lejos, para algunos sigue siendo la meta. Para otros, el Sur es su nuevo hogar.

 

Martín Piña  se cayó del tren en Coahuila, al norte de México y perdió cuadro dedos de su pie derecho. Su accidente ocurrió el 18 de Agosto de 2014. Paramédicos de la Cruz Roja lo trasladaron a Tapachula, Chiapas al albergue “Jesús, el Buen Pastor”. Ahí se recuperó y al pasar más de un mes tuvo que salir.

 

No puedo volver, me matarían” dice al plantearle la posibilidad de que regrese a Guatemala de la que salió hace 12 años y llegó a México. Trabajó en el país pero cuando las economía se complicó él y su hijo decidieron migrar hacia Estados Unidos.

 

En el parque, en donde está la media luna” esas son las indicaciones del lugar donde duerme y pasa el día.  En un parque de Tapachula improvisó un lugar para vivir desde que salió del albergue.  Doña Olga, fundadora del albergue, explica que después de un tiempo de recuperados, el centro no tiene capacidad par que continúen viviendo ahí porque las camas son necesarias para los migrantes que llegan recién lesionados.

 

En otro punto de Tapachula, en la plaza Principal, a un costado de la parroquia, turistas norteamericanos llegan a conocer el centro de esta ciudad, ven el kiosco e ignoran que en las bancas hay migrantes que hacen una pausa en su camino antes que seguir o que ya viven ahí, como Wilfredo, originario de San Pablo Tacachico, departamento La Libertad, El Salvador. Había pasado por Tapachula, pero regresó esta vez sin un brazo.  El 2 de Mayo de 2014 en Celaya, Guanajuato estaba a la mitad del mapa mexicano “me sentía que yo iba con pie seguro”. No fue así, un grupo de hombres se subieron arriba del vagón  y así comienza Wilfredo a describir lo que le ocurrió: “llegan y tumban a la gente, el que no tiene dinero ahí lo avientan, el tren va en marcha y van tumbando como si es basura usted, así lo tumban a uno”.

 

Wilfredo, de 43 años, duerme un día en la plaza, otro día en el hotel con unos amigos. No tiene un lugar fijo, pide un par de monedas para comer y así pasan sus días desde que salió del Albergue “Jesús, el Buen Pastor”. Tiene una herida en la cara, fue reciente cuando se tropezó e inconscientemente intentó meter las dos manos, por unos instantes olvidó su mutilación. Esto que le pasa, es llamado “fenómeno del miembro fantasma”.

 

Del día que perdieron las piernas o un brazo cada uno comienza su relato desde un punto distinto, algunos empiezan narrando cuando llegaron a socorrerlos, otros cuando cayeron o despertaron en las vías del tren, algunos del momento cuando recobraron la consciencia en la cama del hospital.

 

Estuve un tiempo viviendo en mi patria. Después de mi accidente ahí viví cuatro años, después me vine para México y así he estado viviendo y saliendo”, dice Don Raúl quien recién recibió las prótesis de sus dos piernas que perdiera en un accidente cuando cayera del tren en Tabasco. Ahora vive en Tapachula y tiene la posibilidad de estar legalmente en México  desde que el Instituto Nacional de Migración le dio su visa humanitaria. Esta visa suelen obtenerla la mayoría de los migrantes mutilados para que puedan permanecer en el país mientras se recuperan y reciben su prótesis.

 

Suda, frunce los labios, aprieta la quijada y se agarra de los pasamanos de un minipasillo que está en la sala de rehabilitación. Vuelve a caminar con sus dos piernas, sus prótesis que recién le entregó el Comité Internacional de la Cruz Roja. “Estoy como los bebés, dando “pininos”, dice mientras su vida transita entre su rehabilitación, pedir dinero en la calle o si sale algún trabajo ayudarle a sus amigos, migrantes que también viven en Tapachula. Sus amigos pernoctan en una vieja estación donde antes hacia una parada el tren “La Bestia” en Tapachula; sin embargo desde el 2005 el tren no pasa por los estragos que dejó el huracán Stan.

 

 

No hay un después del Albergue”

Para la investigadora del Colegio de la Frontera Sur, Ailsa Winton, los mutilados por el tren que viven en Tapachula están todo el tiempo en condiciones de “sobrevivencia” al estar fuera de su país, desempleados y en situación de calle. “¿Cómo va a esa persona a tener una vida digna? No hay infraestructura, no hay instituciones, no hay intención, no hay interés, no hay atención para que esto cumpla, simplemente se rebasa la necesidad”, dice la académica.

 

Esta condición de “sobrevivencia” en la que se encuentran los migrantes mutilados se recrudece porque “no hay un después del albergue” es por eso que lo “único que les queda si salen del albergue, es estar pidiendo en la calle”. Algunos migrantes encuentran trabajos pero no la mayoría vive a la intemperie y sobrevive con limosnas.

 

La exclusión, discriminación laboral y la falta de infraestructura a la que se enfrentan las personas con discapacidad también la sufren los migrantes. La académica asegura que de esta forma quienes perdieron sus piernas por el tren o aquellos que nacieron con una discapacidad viven “ injusticias compartidas”.