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HISTORIAS DESTACADASJuan, un ejemplo de superación
Juan sonríe con la naturalidad de un joven de 23 años. Tiene un buen futuro por delante, ya casi va a terminar sus estudios y ha recibido ofertas para seguir formándose en el extranjero. El pasado de este salvadoreño que un día se cayó del tren no parece cuadrar con su alegre presencia y mirada despreocupada; pero Juan es uno de los miles de migrantes que fue presa de La Bestia.
En la Escuela de Órtesis y Prótesis, una de las estudiantes quiere confirmar si estamos preguntando por el mismo Juan, se golpea la pierna izquierda con la mano y dice: “¿Juan Prótesis?”. Y es normal que lo identifiquen así porque Juan, aunque no ha sido el primero caso de un estudiante que usa prótesis en esa escuela, si es el único que ha perdido una de sus extremidades cuando emigraba hacia los Estados Unidos.
La vida de Juan no se para por las prótesis, todo lo contrario, se vuelve un ejemplo de superación y demuestra que al contar con apoyo las metas que una persona se ponga son realizables. Se levanta cada día con muletas para bañarse, vestirse y calzarse su prótesis. Después se va la universidad donde se prepara para ser un profesional y en donde por primera vez, cuando era atendido para hacer sus primeras prótesis con apoyo del CICR, lo alentaron para que estudiara esa carrera.
Desde hace unos meses ha empezado a jugar fútbol con bastones con la Selección Salvadoreña de Fútbol de Amputados, y aunque expresa que no está bien que él lo diga, su entrenador le ha confiado que él es un jugador clave en el equipo. “Estoy contento, feliz, que todo me ha ido bien, ya lo he superado bastante”, dice tranquilo.
La ética de Norman
Norman Varela espera sentado bajo la sombra de una escultura del cacique Lempira en un redondel de Tegucigalpa. Con semblante serio, la mirada clavada y el pantalón de corduroy recogido, muestra su prótesis de la pierna derecha. Cuando se levanta y camina se apoya en una muleta, se mueve rápido.
Al conocerlo se tiene la impresión de haberse encontrado con una de esas personas de las que difícilmente se olvidan. Su discurso está bien preparado, su voz es grave y la mirada expresiva, además sabe interrumpir las partes demasiado dramáticas con giros humorísticos y chistes locales. Tiene un talante histriónico que entretiene, hasta cuando se autocompadece. Con él casi no hay pausas para el silencio.
De antepasado garífuna, procente de Puerto Cortés, municipio bañado por las aguas del Caribe en el Golfo de Honduras, este migrante de altura superior a la media hondureña dice que se le nota su sangre negra en el grueso de sus labios. Para contar su historia, agarra la grabadora y se presenta:
Varela es el vicepresidente de la Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad (Amiredis). Esta organización hondureña es la única de su tipo en los países de migrantes afectados por el tren cuando trataban de llegar a Estados Unidos. Sus actividades siempre causan controversia porque exponen sus prótesis y miembros amputados a la sociedad, sin temor a ser rechazados porque consideran que necesitan resaltar cómo son marginados. Esa es su lucha y su ética.
Con este propósito, 17 hondureños amputados tras caer de La Bestia salieron a finales de febrero de su país para llegar hasta la residencia del presidente de los Estados Unidos en Washington, la Casa Blanca.
Sin embargo, este no es el primer viaje de Amiredis, ya en 2014 salieron con poco más de lo que tenían puesto a ver al presidente de México, Enrique Peña Nieto y exigirle una indemnización por lo que sufrieron en México. De esa visita ganaron una visa humanitaria y dicen que nada más.
Karen Núñez, coordinadora de la Comisión Nacional de Migrantes Retornados (Conamiredis) organización que trabaja en Honduras con apoyo de la Pastoral de Movilidad Humana, dice que el problema de Norman y otras muchas personas que salen en estas marchas es que abandonan los procesos para gestionar ayudas y se desesperan ante toda la burocracia.
La imparable Eva
Eva Suazo tiene 37 años y vive en Tegucigalpa. Trabaja como asistente en un hospital y es madre de cinco hijos, el más pequeño tiene seis meses. En 2003 perdió parte de sus dos piernas y desde entonces se mueve en silla de ruedas. No quiere las prótesis porque dice que le incomodan, pero eso no la detiene. Ella se fue para comprarse una casa donde poder vivir tranquilamente con sus hijos. Doce años después aún lucha por ello.
“Cuando camine, Natalia, por donde vaya le deseo que la acompañe un coro de ángeles”, dice uno de los migrantes que recibe apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), al referirse a Natalia, oficial de protección del comité.
Los migrantes mutilados encuentran en ella a una persona que los escucha, conoce su historia y hace lo posible por conectar todos los eslabones de una cadena en la que participa el CICR, para que puedan recibir su prótesis, retornar a su país o – si así lo deciden- quedarse en México.
Natalia es clara en decir que siempre se “respeta la voluntad de las personas migrantes”. Se les respeta y no se les trata con lástima o conmiseración por su discapacidad. Martín Piña, que perdió sus dedos por el tren, le pide una silla de ruedas, pero ella con paciencia le explica: “no vamos a darle una silla de ruedas para que usted no camine, lo que nosotros queremos es que con su prótesis sea independiente”. Entonces, no sólo le dice que no, le explica que su caso debe ser analizado para evaluar cómo será su prótesis.
En su memoria no guarda números sino historias completas. Al darle un nombre ubica cada caso, sabe el país, el lugar donde perdió sus piernas o sus brazos y si ya recibió su prótesis o apenas le llegará. Una historia le remite un proceso, una familia, un lugar, llamadas, visitas, correos electrónicos.
Desde que estudió la licenciatura de Relaciones Internacionales se involucró en el tema de migración, incluso fue su tema de tesis y su tema de vida. “ Siempre lo supe, nunca lo dudé”, afirma. “Es un trabajo que me ha retribuido mucho, no hablo desde términos económicos, sino en términos humanitarios es algo que te retribuye porque es un impacto directo. Como persona, como ser humano, disfruto mucho lo que hago y seguiré trabajando mucho tiempo en esto”, dice y al día siguiente la esperan reuniones, entrevistas y más gestiones para que un migrante mutilado por el tren reciba su prótesis o pueda regresar a su país.
“Yo le di ánimos a mi familia”: Marlon
Un Jesucristo de piel morena da la bienvenida a quienes llegan al albergue “Jesús, el Buen Pastor” que fundó Doña Olga. El espacio con paredes de color verde y un gran mural donde aparece un migrante amputado por el tren. En el fondo hay una panadería donde hornean pan para vender y obtener recursos.
En este albergue, los migrantes se recuperan para iniciar la rehabilitación y el proceso de usar su prótesis. Marlon Giovanni Castillo se cayó del tren el 27 de Febrero de 2007, en Tenosique en el estado de Tabasco, México. Desde ese día “el sueño americano terminó conmigo”, sentencia.
Lo dice mientras hace ejercicios en el kiosko, un sitio adaptado con barras y rampas para que los migrantes realicen sus ejercicios en el albergue. Marlon se pone una malla color negra para fortalecer el muñón donde colocarán la prótesis.
El tren se descarriló y ese día “el único de gravedad de amputación de brazo fui yo, los demás fueron golpes. Yo sí perdí mi brazo, no lo perdí todo. Al hospital no llegué a tiempo, entonces se me gangrenó”, habla sin perder la cuenta de las repeticiones que el terapeuta le dijo que hiciera para que su muñón esté listo para la prótesis.
¿Por qué no llegó a tiempo al hospital? “Porque nadie me auxilió a tiempo. Llegó la policía municipal y me llevaron al hospital de ahí de Tenosique, pero como ahí en el hospital no pueden atender temas especializados, me llevaron a Emiliano Zapata, a una hora de Tenosique.”
Un médico le dijo tajantemente “no puedo hacer nada más por tu brazo”. Resignado Marlon le autorizó que se lo cortara: “si ya no servía”, expresa. Sin su extremidad ni la posibilidad de llegar a Estados Unidos, decidió regresar con su familia.
“Los de migración me enviaron hasta allá, me dejaron en la frontera de Guatemala – Honduras y ya después yo agarré un congolón (autobús) hacia San Pedro”, recuerda su camino de retorno, al llegar con un nuevo cuerpo y el shock de la familia al recibirlo.
Para consolarlos insistía: “lo que pasó, pasó”. Su esposo, hermano y amigo volvió diferente y él aprendía a vivir con un sólo brazo. “Al principio me pasaba que pensaba que tenía mi brazo. Hace poco que quería agarrar una cosa con mis dos manos y me acordé que no tenía el brazo”, recuerda Marlon, de 46 años.
Al regresar a Honduras, el reencuentro con su hija de 7 años lo fortaleció para adaptarse a su condición de discapacidad. Su brazo izquierdo tomó fuerza y siguió al pie de la letra aquello que un tío le dijo: “lo que no pudiste hacer con dos manos, con una la vas a hacer”. Así se dedicó a la albañilería, a la venta de celulares o mariscos.
Ahora lleva cuatro meses en el albergue de Doña Olga. Sube y baja el brazo, no se salta ni una repetición, lo hace esperanzado en recibir su prótesis para que recupere la movilidad, al menos una parte, como antes del accidente en el tren.
Denis: “Son pocas las ayudas del Gobierno”
Denis Escoto tiene 32 años y es de Honduras. En 2009 fue secuestrado por un grupo delincuencial cuando viajaba a lomos de La Bestia. Al trata de huir les dispararon y la bala que terminó alojada en su columna le hizo perder la movilidad de ambas piernas. Este vendedor se siente cercano a la experiencia de sus compatriotas amputados por el tren y señala que el apoyo del Estado para las personas con discapacidad en Honduras aún es insuficiente.
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