En varios sitios de La Paz, Bolivia, es común encontrar a algunos migrantes venezolanos solicitando ayuda a los transeúntes. En la foto, una madre sentada con su hija en un mercado vende caramelos a quienes pasan a su lado. Crédito: Luis Gandarillas.

Por Liliana Aguirre, miembro de la Comunidad Periodística de CONNECTAS

La mayor parte de los países de Sur América de habla española, ya rondan el mes de cuarentena. Con diferentes variables, entre toques de queda y aislamientos obligatorios, se ha desnudado la realidad del desamparo y del sustento informal, que siempre ha estado ahí, pero a fuerza de costumbre ya se había convertido en paisaje. De los muchos grupos en situación precaria, la situación de los migrantes venezolanos es particularmente dramática en tiempos del nuevo coronavirus pues además de la necesidad, se suma el desarraigo. 

De los cinco millones que han salido del país bolivariano por necesidad, ya son miles que en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia manifiestan su deseo de regresar y han emprendido el difícil camino del retorno. Son aquellos que a pesar de haber puesto todo su empuje durante meses para establecerse en otro lugar, claudican ante la pandemia que los sorprendió en el camino de una oportunidad que no llegó y que ahora luce cada vez más lejana. Para muchos, ya imposible.

Bolivia, mi país, no es considerado un lugar de destino para esta diáspora. Es más, se ve como un puente de paso hacia Chile o Argentina. Así lo era para la protagonista de esta historia, de la que reservo su nombre pues los reportes que envía a su familia son muchos más esperanzadores que su realidad. Para esta nota será Ella.

Con 21 años, abandonó sus estudios de derecho y hace seis meses llegó a Bolivia embarazada sin saber dónde daría a luz ya que le faltaban pocas semanas. Concibió en Perú, donde su pareja al saber de su estado, la abandonó y regresó a Venezuela. Cruzó la frontera hacia Bolivia con la barriga redonda y con la esperanza de una mejor vida para su primera hija, sin embargo, se encontró con las revueltas sociales de los pasados meses cuando cayó Evo Morales, y ahora con el nuevo coronavirus que encoge día a día a una de las economías más pequeñas de la región y asfixia a todos. Más aún a los que viven al día como ella. 

Su esperanza de llegar a Chile se frustró y quedó atrapada en La Paz. Hoy tiene una niña de cinco meses y, antes de la emergencia sanitaria, se ganaba la vida vendiendo caramelos en los semáforos. Su vida hoy es estar por ahí. Deambular sin rumbo. “La vida es muy dura aquí y más aún con una niña. Quiero volver a Venezuela aunque tenga que comer solo caraota (frijol) a diario. Más ahora con este virus quiero estar allá con mi familia. Tengo miedo” dice. “Mi familia no sabe en las condiciones que estoy. Estamos en un hostal del que quieren desalojarnos. Muchos venezolanos nos quedamos aquí porque los refugios son peligrosos hay peleas y nos discriminan por nuestra nacionalidad. La mayoría tenemos hijos pequeños y queremos volver”.

Sin embargo, tampoco es fácil conseguir una plaza en un albergue porque esta debe ser solicitada por la embajada del extranjero y no debe exceder cupos. Tras la asunción de la presidenta Jeanine Añez, Bolivia rompió relaciones con Venezuela expulsando a todo el personal diplomático incluido funcionarios consulares. En marzo llegó un nuevo representante de la mano de Juan Guaidó.

Venezolanos frente a un centro comercial en La Paz, Bolivia. Crédito: Christian Calderón.

Así como en La Paz, en Bogotá el alojamiento de los migrantes venezolanos es un tema. Hubo un gran revuelo cuando la alcaldesa de la capital colombiana dijo que en los paquetes de ayudas a los más necesitados no tenía como atender la vivienda de los migrantes. Por más que aclaró que lo que estaba haciendo era buscando el respaldo del gobierno Nacional en ese rubro, como lo publicó El Tiempo, los señalamientos por supuestamente exacerbar sentimientos xenófobos no se hicieron esperar.

“Hoteles de bajo costo que cobran día a día un monto fijo por ofrecer hospedaje han desalojado a varias familias venezolanas por no poder pagar la suma diaria que les garantiza su permanencia”, se lee en las noticias colombianas. A esto se suma su situación migratoria que los pone en mayor vulnerabilidad. Para Ella, su hija se convirtió en su salvación: “unos policías me llevaron a Migración por ser venezolana y estar más tiempo del que se me permite por turista. Me dejaron ir porque la niña nació aquí, tiene certificado de nacimiento de boliviana”.

En Ecuador la situación es similar. Univisión da cuenta de desalojos de más de 500 migrantes que en medio de la cuarentena han sido tirados a las calles por no poder cumplir sus compromisos. En Perú la situación no es diferente ya que la exclusión por parte del Gobierno de ese país hacia los migrantes venezolanos sin hogar en medio de la crisis por el nuevo coronavirus fue cuestionada por la institución Save The Children Perú.

Por su parte, El Espectador publicó que migrantes venezolanos caminan de regreso a su país porque no pueden trabajar y no cuentan con recursos ni para comer ni para pagar los alojamientos donde viven. “Debo al hostal más de 500 Bolivianos (unos 70 dólares), yo me iría a pie llevando a la bebé, pero qué hago además de las fronteras cerradas no tenemos pasaporte, dinero y para salir de Bolivia tengo que pagar porque me pasé los tres meses de estar legal. Un milagro nos puede sacar, queremos que pase eso”, comenta Ella con resignación.

El hambre, el riesgo de contagio con el virus en el camino, o el de caer en manos de grupos ilegales, es el diario vivir de quienes emprenden la aventura de vuelta.

Quienes logran cruzar por pasos ilegales las fronteras de los países, y escapar a las autoridades locales que vigilan que no haya nadie en las calles, tienen como objetivo llegar a la ciudad de Cúcuta, en la frontera entre Venezuela y Colombia, y cruzar hacia su país. “Mientras el resto de la población está confinada en sus casas, estas personas, entre las que se cuentan niños, pasan su cuarentena en las márgenes de un río de la ciudad. Los venezolanos llegaron hasta allí después de que la Policía los sacó de las plazas y portales donde solían dormir hasta juntar lo necesario para seguir su viaje. Y la cifra va creciendo porque a pesar del cierre de fronteras, los venezolanos siguen cruzando”, reporta Univisión.

Sin embargo, el camino no es fácil porque más allá del deseo y la necesidad está minado por el fuego cruzado de la política y de los abusos. Según El Tiempo, da a conocer la denuncia de una mujer, quien a través de un audio de WhatsApp da a conocer que están confinados en un pueblo, luego de invertir sus últimos ahorros en transportes que les garantizaron el retorno: “No hemos tomado agua, los niños están enfermos. Es una locura lo que estoy viendo. Para que se muevan, para que pongan esto en radio. Estamos en un pueblo llamado Rubio, aquí en Táchira, y no nos quieren dejar salir (…) somos 17 autobuses y están ‘full’. Los del gobierno no nos paran bolas, solamente nos están tomando fotos, más nada”.

Pero con el cruce de la frontera no termina el drama. Una vez que la cruzan, los retornados son recibidos por efectivos militares para ser interrogados, según lo reporta El País de España. La publicación añade la hipótesis de que Nicolás Maduro estaría buscando sacar un rédito político durante la pandemia para conseguir ayuda internacional o busque una estrategia electoral ante la propuesta de Estados Unidos para que se convoque elecciones libres y ante ello recibe a sus compatriotas que retornan de otros países latinoamericanos.

Recientemente El Tiempo publicó que el ambiente que se vive en la frontera es como si fuera una guerra en la que las personas buscan sobrevivir. “No tienen nada acá y por lo menos en Venezuela están sus familias, por eso el fenómeno de los caminantes se está dando al revés (…)”. Además da cuenta que los migrantes en el intento de volver están pasándola mal en la frontera. “Hemos identificado más de 8.000 migrantes hacinados en cuatro casas (…). Diariamente siguen llegando más y más buses del interior del país”. 

Mientras resuelve, Ella comenta, “aunque hay virus a veces salgo a buscármelas para comer algo, tampoco puedo llevar a la niña y no sé qué hacer porque hay que comer”. Concluye. “Morir aquí o morir allá, si hay que elegir quiero hacerlo cerca de mi familia”.

Autor

Periodista boliviana y miembro destacado de la Comunidad Periodística de CONNECTAS. Cubrió las secciones de Cultura, Ciudades y Seguridad en el diario la Razón. Es coautora del libro 'Sin Nosotras se Acaba la Fiesta, crónicas de América Latina con perspectiva de género'. Tiene un máster gracias a una beca de Fundación Carolina (España).

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Periodista boliviana y miembro destacado de la Comunidad Periodística de CONNECTAS. Cubrió las secciones de Cultura, Ciudades y Seguridad en el diario la Razón. Es coautora del libro 'Sin Nosotras se Acaba la Fiesta, crónicas de América Latina con perspectiva de género'. Tiene un máster gracias a una beca de Fundación Carolina (España).