El núcleo duro de los votantes de Pedro Castillo se concentra en las comunidades andinas y rurales que no se han visto representados por los políticos tradicionales. Fotografía: Agencia Andina.

E l presidente peruano, Pedro Castillo, no había querido dar entrevistas hasta la semana pasada y en las únicas tres que aceptó, demostró por qué guardaba silencio. Lo hizo al afirmar, sin prever la trascendencia de sus palabras, que estaba aprendiendo a gobernar. En estos encuentros -uno de ellos con la cadena CNN- el jefe de Estado insistió en vincular este proceso de aprendizaje con algunas de las decisiones erráticas y nombramiento de personajes bajo sospecha de ilícitos que ha venido realizando. Procuró destacar el mensaje de que nadie lo preparó para ser presidente y que el país era su escuela. De forma explícita señaló que nunca se formó como político.

Solo unos días después, la inexperiencia de Castillo quedó nuevamente confirmada al desmoronarse su tercer gabinete. En los próximos días en Perú jurará su cuarto equipo ministerial: en apenas seis meses de gobierno se han puesto el fajín tres cancilleres, tres ministros del Interior, tres ministros de Educación, dos ministros de Economía, entre otros altos funcionarios. Pero el nombramiento de Héctor Valer en la presidencia del Consejo de Ministros -quien rompió el récord mínimo de permanencia al verse forzado a renunciar al tercer día- marcó un punto de quiebre. Valer, un político tránsfuga de varios partidos y con serias denuncias por violencia familiar e investigaciones fiscales a cuestas, generó el rechazo de organizaciones, ciudadanos y políticos. Su llegada subrayó la orfandad programática de Castillo, quien se ve cada día más abrumado por sus responsabilidades.

En efecto, Castillo es maestro de escuela pública, sindicalista y ex rondero, es decir, miembro de los grupos civiles conformados en los años ochenta para luchar contra Sendero Luminoso. Él concentró el voto de millones de peruanos de las comunidades andinas y rurales cansados de los políticos tradicionales que los mantienen al margen de las decisiones de gobierno. Ciudadanos de regiones que, pese al crecimiento económico del país, no vieron reducidas las brechas de desigualdad ni inversión pública suficiente para acceder a servicios de calidad. La presencia de Castillo les prometía, precisamente, mayor representatividad.

Desde 2016 el Perú está sumergido en un estado de crisis permanente. Durante este tiempo renunció el presidente Pedro Pablo Kuczynski, luego de dos intentos de destitución promovidos por el fujimorismo; Martín Vizcarra, el vicepresidente que lo sucedió en el cargo, fue destituído por el Congreso y Manuel Merino, quien asumió el mando, dimitió a los pocos días tras marchas masivas en su contra que derivaron en la muerte de dos jóvenes.

Las elecciones presidenciales de 2021 debían marcar el inicio del retorno a la estabilidad, pero esta fue una contienda polarizada, entre contendores que se definieron tardíamente para una segunda vuelta y con los porcentajes más bajos de votación desde el retorno de la democracia. Pero sobre todo, con un electorado apático ante las opciones que tenía al frente.

Luego de la ajustada victoria de Castillo sobre Keiko Fujimori, el partido de ésta impulsó acusaciones de fraude -sin pruebas- que impidieron una transición adecuada. Pero vino después una cadena de decisiones erráticas, renuncias, despidos, sospechas de corrupción, en suma, una convulsión política propiciada, esta vez, por el mismo Palacio de Gobierno. De modo que las palabras de Castillo solo vinieron a confirmar que el timonel del Palacio no tiene claro cómo dirigir al país.

El presidente Pedro Castillo terminó por exponer su orfandad programática tras la caída de su tercer Gabinete, a solo tres días de haberlo nombrado. Foto: Agencia Andina

Sin embargo, para el sociólogo y magíster en Ciencia Política Omar Coronel, la crisis actual no se circunscribe solo a la inexperiencia de Castillo, sino a la ausencia de políticos profesionales y partidos sólidos, producto del desprestigio acumulado en los últimos años y que les han restado confianza de la ciudadanía. “No es un problema solo de la izquierda, la ausencia de políticos profesionales y de partidos es un problema de todo el sistema político. Desde hace 30 años el Perú está en el mito de Sísifo, donde sectores progresistas se suman a apoyar a nuevas personalidades, pero lamentablemente acaba mal. Ocurrió con Alberto Fujimori, con Alejandro Toledo, Ollanta Humala y ahora con Pedro Castillo”, señaló el también docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).

Fujimori, ingeniero agrónomo y profesor universitario; Toledo, economista que destacaba en sus discursos su imagen andina e historia de éxito personal; y Humala, militar que se manifestó contra Fujimori, tienen en común que el pueblo los eligió por ser del pueblo. Presidentes que llegaron al poder sin historial político y trabajo comunitario, pero con una promesa de representatividad y cambio social.

Pero el problema tiene más aristas. En Perú los partidos no encarnan las necesidades de los sectores rurales, de los trabajadores, de los jóvenes ni otros colectivos. Son, en su mayoría, agrupaciones que se reactivan meses previos a la campaña electoral, que no forman escuelas de liderazgo y que por muchos años traspasaron sus cupos y liderazgo sin meritocracia, lo cual se intenta cambiar con las reformas legislativas que impulsaron las elecciones internas. Por eso, más que un optimismo democrático, las elecciones peruanas reflejan los miedos a un peor escenario futuro.

Para Paula Távara, politóloga y máster en políticas públicas y sociales, es legítimo que Castillo reconozca que está aprendiendo a gobernar, “pues ni los grandes políticos han estado preparados para el puesto que iban a ocupar”. Sin embargo, las decisiones que adoptó a pocos días de esta confesión, con el nombramiento del Gabinete encabezado por Valer, no demuestran que su propósito sea de enmienda, sino una excusa para tratar de generar algún nivel de empatía con su electorado.

Para algunos ciudadanos, los procesos electorales en Perú son un acto de resignación ante la poca representatividad de los candidatos. Fotografía: Agencia Andina

“Más que inexperiencia, vemos ineficacia, malos cálculos políticos y actores que no tienen visión de país. Castillo no está dimensionando bien las fuerzas de las distintas oposiciones que se están abriendo. Ya no solo una extrema derecha en el Congreso, sino un centro que le está dando la espalda, con lo cual se está desgastando su gobierno. Es cierto que, a diferencia de otros gobernantes, tiene todos los reflectores encima, pero con mayor razón eso lo debe obligar a liderar con responsabilidad”, explica.

Távara señala que Castillo no puede olvidar que en la segunda vuelta recibió un voto importante de rechazo al fujimorismo, pero también un apoyo directo de los sectores rurales como reclamo de representación. Según la experta, este es un problema estructural que va a seguir apareciendo en las elecciones peruanas cada vez que surja un candidato que ofrezca representar a los colectivos rurales y menos favorecidos, y ante el vacío de los partidos vigentes.

Távara y Coronel coinciden en que un sector de la izquierda creyó, de una forma paternalista, que Castillo era una expresión casi sociológica de los sectores populares y que su abstracción social lo iba a impulsar a representarlos de la mejor manera, solo que requería apoyo para encauzar sus propuestas. Otro sector, en cambio, asumió que no tenía un programa, pero que la correlación de fuerzas políticas lo iba a empujar a gobernar bajo una izquierda democrática.

Sin embargo, con el ingreso de Valer al Gabinete, Castillo cambió sus alianzas y sacó a flote su agenda conservadora en sectores como Educación y Género, y un viraje a la derecha en materia económica.

“Él ya no está gobernando ni a la izquierda ni a la derecha, está decidiendo según lo que le permita aferrarse al puesto un día más. Es evidente la disminución de su respaldo cuando organizaciones como Aidesep, que representan a los pueblos indígenas amazónicos, emiten comunicados públicos para cuestionar sus decisiones de gobierno e, incluso, la reunión que sostuvo con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, por su nulo respeto a las comunidades de la Amazonía”, añade Távara.

Para la constitucionalista y exministra de Justicia Ana Neyra, las decisiones erráticas del presidente Castillo se deben a su imposibilidad de salir de su círculo de confianza para nombrar a personas más técnicas y capacitadas en su entorno cercano. Como resultado, no ha podido concretar ninguna medida relevante a favor de los pueblos indígenas o el sector educación que prometió representar.

“La imagen de maestro de provincia, alejado de la política, se ha ensombrecido con los cuestionamientos e investigaciones fiscales que pesan sobre los funcionarios y personal de su entorno cercano. Un sector de sus votantes originales puede sentir que está dejando de lado su agenda, pero en algunos espacios donde impera la informalidad, y donde la crisis económica los impulse a apoyar medidas de corto plazo, puede encontrar algunos bolsones de respaldo”.

En las primeras y últimas entrevistas que dio a la prensa, Castillo insistió en que no era político y que estaba aprendiendo a gobernar. Fotografía: Agencia Andina.

Más que antipolítica, en Perú prima el antipartidismo, el mismo que actualmente está impulsando el discurso de “que se vayan todos”, pero que no plantea una contrapropuesta a la crisis de gobernabilidad. Por el contrario, es una puerta abierta para aventureros y aventureras con salidas populistas bajo el brazo.

Las agrupaciones políticas de izquierda, como Nuevo Perú, y de centro, como el Partido Morado, aquellos que también podrían liderar propuestas democráticas y de gestión, han ido perdiendo militantes debido a errores y falta de autocrítica. Muchos jóvenes que veían en ellos una opción de liderazgo han vuelto a la orfandad política.

Lo mismo sucede en la derecha: aquellos que vieron en el economista Hernando de Soto un posible líder, se desengañaron al ver que el partido Avanza País terminó siendo una agrupación de cascarón, como muchas otras, para participar de los comicios presidenciales.

En la entrevista que Pedro Castillo brindó a la cadena CNN develó mayores indicadores de improvisación en su gestión. Video: CNN en Español.

“El descrédito de los partidos es un fenómeno vigente en América Latina y otros países, pero es importante invertir en consolidarlos porque su función es facilitar los espacios de concertación, capacitar a sus cuadros, proteger la democracia y servir como diques de contención en periodos de incertidumbre como los actuales. Hoy no se vislumbran líderes que puedan armar la transición para salir de este pozo en el que nos encontramos desde el año 2016”, añade Coronel.

La improvisación que deviene del rechazo a los partidos también se evidenció en Brasil, con la llegada al poder de Jair Bolsonaro, en un contexto en que el país vio derrumbarse la institucionalidad política que se había constituido luego de la crisis de los noventa, debido a que el escándalo de corrupción Lava Jato atravesó el sistema bipartidista y a toda la clase política.

El sociólogo Omar Coronel refiere que en Colombia y Chile también se registra una fuerte postura antipartidista, sin embargo, en ambos países aparecieron actores que lograron formar grandes coaliciones tras los estallidos sociales para impulsar una agenda de cambios. En Perú, en cambio, los sectores liberales y de izquierda no han logrado forjar un instrumento político que vaya más allá de la movilización. “Cuando se expone la salida de Pedro Castillo como una posibilidad, lo que viene a la mente es quién asumiría. ¿Los partidos de siempre? ¿El fujimorismo? Es importante la presencia de líderes democráticos responsables, que se sobrepongan a intereses personales”, añade.

Ana Neyra destaca esta ausencia de un contrapeso político que pueda liderar el diálogo para encauzar la gobernabilidad, por el contrario, el riesgo es que se aceleren mecanismos desde el Congreso para sacar al presidente, dejando precedentes que pueden ser nocivos para la democracia futura. En Perú se suma que la Constitución prevé unos mecanismos poco exigentes para declarar la vacancia presidencial, lo que hace prever una inestabilidad prácticamente indefinida.

Autor

Periodista freelance y analista de datos en Perú, especializada en reportajes sobre género, desigualdad y grupos de poder. Es miembro de #CONNECTASHub, grantee del Pulitzer Center y colaboradora de Mongabay Latam. Ha trabajado en Ojo Público, El Comercio, y escribe para medios internacionales. Recibió el Premio Excelencia Periodística 2021, de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y el Premio Suramericano de Periodismo 2018, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Formó parte del proyecto Fondos de Papel, nominado al Premio Gabo 2018, y de la investigación Dueños del Agua, nominado a los Premios SDG 2019 de Naciones Unidas.

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Periodista freelance y analista de datos en Perú, especializada en reportajes sobre género, desigualdad y grupos de poder. Es miembro de #CONNECTASHub, grantee del Pulitzer Center y colaboradora de Mongabay Latam. Ha trabajado en Ojo Público, El Comercio, y escribe para medios internacionales. Recibió el Premio Excelencia Periodística 2021, de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y el Premio Suramericano de Periodismo 2018, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Formó parte del proyecto Fondos de Papel, nominado al Premio Gabo 2018, y de la investigación Dueños del Agua, nominado a los Premios SDG 2019 de Naciones Unidas.