Por Cynthia de la Cantera Toranzo, miembro de la Comunidad Periodística de CONNECTAS

D os protestas pacíficas, una de 200 y otra de 20 personas, más la convocatoria a otras dos en un solo fin de semana de noviembre fueron suficientes para que el gobierno cubano dispersara sus tropas antimotines por La Habana, una imagen ciertamente rara en la ciudad. El gobierno dispone de sus tropas, los llamados Boinas Negras, solo en condiciones extraordinarias y ante la mínima posibilidad de perder el control, como el huracán Irma hace tres años, o más recientemente, durante la pandemia.

Por eso, porque la legalidad de las manifestaciones no está debidamente regulada, y porque casi ninguna protesta masiva contra el gobierno ha tenido un final feliz durante estos 60 años es que en Cuba son muy poco frecuentes las protestas. Tomar la calle representa para muchos una decisión extrema.  

El jueves 26 de noviembre, en la noche, oficiales de la policía y la Seguridad del Estado allanaron la sede del Movimiento San Isidro (MSI), donde permanecieron sitiados por 9 días cerca de 15 activistas, 9 de ellos en huelga de hambre. Los activistas exigían la libertad del rapero Denis Solís, a quien se le sentenció penalmente a ocho meses de cárcel en un juicio tres días después de ser detenido por desacato, cuando insultó a un policía luego de que este irrumpiera en su casa sin permiso. Los huelguistas demandaban además el cierre de las tiendas en Moneda Libremente Convertible (prácticamente los únicos mercados estatales abastecidos con productos básicos de comida y aseo, disponibles solo en dólares, euros y otras monedas extranjeras a las que no se tiene acceso en el país, sino mediante las remesas de los cubanos emigrados), y que se devolviera la jaba de comida que una vecina llevaba a los activistas cuando fue interceptada por la policía, hecho que acabó por motivar la huelga.

Menos de 24 horas después del allanamiento, un grupo de jóvenes artistas y periodistas que en su mayoría integran el sector freelance o independiente de la isla se plantó frente al Ministerio de Cultura (Mincult), en el reparto habanero del Vedado. El grupo, conformado inicialmente por 50 personas –horas más tarde llegarían a 200– exigía una reunión urgente con el ministro de Cultura, Alpidio Alonso. Iban en solidaridad con el MSI y con motivo de la represión policial agudizada en las últimas semanas de noviembre en Cuba. 

El MSI nació, precisamente, luego de un plantón frente al Mincult en septiembre de 2018, en contra de un decreto ley que ordenaba un proceso de aprobación por parte de las autoridades para que un artista pueda presentar su obra al público. Actualmente el movimiento lo integran poetas, raperos, periodistas, científicos, activistas, exprofesores universitarios expulsados de las aulas por disentir. Todos acosados, detenidos, encarcelados, asediados durante estos dos años por su expresa oposición al gobierno. 

Los que estaban presentes la noche del Mincult, el 27 de noviembre, sabían de primera mano o conocían a algún amigo o habían escuchado sobre las represiones a artistas, periodistas y activistas que disienten. Represiones que consisten en expulsarlos de sus centros de trabajo estatales, asediarlos durante días con patrullas policiales en los alrededores de sus propias casas, impedirles la salida legal del país y acusarlos de mercenarismo en favor del gobierno de los Estados Unidos, en nombre de La Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, conocida como Ley Mordaza. Los jóvenes sabían, en fin, que los activistas de San Isidro no eran los primeros ni los últimos en ser reprimidos. 

Los jóvenes permanecieron sentados en una actitud pacífica durante la protesta. Crédito: Alba León Infante.

Ese fin de semana se convocaron otras tres protestas. Dos en La Habana, que no llegaron a efectuarse porque no asistió casi nadie, y porque los lugares públicos acordados amanecieron bajo la custodia de oficiales de la policía y la Seguridad del Estado, quienes detuvieron a una estudiante de Comunicación que se atrevió llegar. La otra fue en un parque de Matanzas (una provincia a 104 kilómetros de la capital), donde permanecieron una veintena de jóvenes durante la noche del sábado. 

Desde entonces, las tropas antimotines recorren la capital. La prensa oficial, dispuesta en función el Estado, desacredita a los miembros del MSI y el Movimiento 27 de Noviembre (M27N), en una campaña mediática que va desde programaciones especiales en televisión nacional hasta actos de repudio, el abucheo masivo fuera de las casas de los activistas, un viejo método. 

Mientras, los funcionarios del Mincult insisten en que no existe relación entre ambos eventos y crean fachadas de diálogo en reuniones con jóvenes del sector intelectual convocados por sus propias organizaciones políticas y culturales. El Mincult rompió además el acuerdo de una segunda reunión con el M27N, luego de negarse a garantizar las condiciones que exigieron los jóvenes para la misma: seguridad física de los asistentes, la presencia de los huelguistas del MSI, de un abogado acompañante y de la prensa independiente.

Los protestantes alumbran con sus teléfonos celulares en el momento en que se cortó el fluido eléctrico en la zona del Mincult. Crédito: Alba León Infante.

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Precisamente por no escucharlos, por no reconocer el disenso, por las frustraciones económicas (escasez de alimentos y aseo, de combustible para servicios básicos de transporte y energía eléctrica), por la incertidumbre ante la dolarización de la economía, la violencia policial agudizada durante la pandemia y la falta de transparencia es que el gobierno continúa alimentando la inconformidad de su gente. 

Ahora el ambiente está caldeado, tenso. Las diferencias de opiniones son cada vez más evidentes. El discurso de que todos debemos pensar igual, a favor de un gobierno que ha permanecido en el poder durante la vida entera del 85 por ciento de la población residente, ya no se sostiene. 

Sería ingenuo pensar que un par de protestas pueden derribar un gobierno. Cuba no es Puerto Rico, ni Chile, ni Perú. El saldo positivo de los eventos recientes, algo en lo que todos coinciden, es la pérdida del miedo. El miedo a reclamar por nuestros derechos, a exigirlos públicamente, a contar lo que sucede en este país cuando alguien disiente. El miedo que la gente le tiene, en fin, a su propio gobierno.  

Autor

Miembro de la Comunidad Periodística de CONNECTAS. Graduada en 2013 en la Universidad de La Habana. Reportera de YucaByte, medio independiente cubano que aborda el impacto de las tecnologías en la sociedad.

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Miembro de la Comunidad Periodística de CONNECTAS. Graduada en 2013 en la Universidad de La Habana. Reportera de YucaByte, medio independiente cubano que aborda el impacto de las tecnologías en la sociedad.