Julián, el apicultor que fue testigo de la expansión

Dzonot Mezo, Yucatán.- Julián Camal se abre paso en medio de una brecha de la selva, invadida de piares de aves, huellas frescas de jaguar, zumbidos de insectos y un incesante bochorno que barniza la piel. A través de estas venas verdosas de Tizimín, los rayos tocan el rostro requemado de Julián, así como sus manos ásperas y cuarteadas producto de más de 30 años de trabajo en las tierras de Yucatán.

Él, un campesino y apicultor de 46 años, recorre un camino de casi dos kilómetros cada tres días para dar agua azucarada a las abejas que viven en su apiario, revisar sus cultivos y asegurarse que sus cabezas de ganado se encuentren a salvo de los depredadores.

Es la mañana del 19 de agosto del 2019 y Julián lleva un machete en su mano derecha, y en la izquierda, un costal donde guarda sus herramientas. Se detiene para señalar un cenote que está dentro de su propiedad, pero que, asegura, ya no tiene el nivel de agua que solía tener. Lo contempla por un momento y luego sigue caminando con su par de botas negras de caucho por más de media hora, hasta que, de pronto, frena de nuevo.

Al mirar al frente, los insectos y la vegetación por los que caminó durante todo el trayecto desaparecen. Esa espesura selvática, formada por caobas, balchés, cedros, ceibas, y otros tipos de flora, se han transformado en una planicie desértica.

“Antes era monte, todo esto era monte”, dice Julián Caamal nostálgico.

Mientras señala al frente, refiriéndose como monte a la planicie que antes formaba parte de la selva y ahora solo tiene extensiones de tierra arcillosa, esparcidas en decenas de enormes círculos.

Julián cuenta que los antiguos dueños de esas tierras eran pequeños ganaderos y agricultores que trabajaban la tierra como él, solo con herramientas artesanales y apoyados con programas sociales del gobierno, pero decidieron vender y todo cambió. Los nuevos dueños contrataron decenas de trabajadores para operar tractores que arrasaron con la vegetación.

Aunque Julián hace referencia a los actuales dueños de esas tierras, no sabe que el vecino incómodo que ha dejado la selva convertida en una especie de desierto, es el megaproyecto Enerall, cuyo fundador es Alfonso Romo, la mano derecha del presidente López Obrador.

Mucho tiempo atrás, cuando Julián era solo un niño, el paisaje era totalmente diferente. Según cuenta, comenzó a trabajar desde los 7 años en el campo, cuando acompañaba a su en sus largas jornadas.

“Veía como trabajaban y me gustó mucho. Estudiamos la primaria y luego terminó y me dediqué a hacer los mismo que mi papá. Y así seguimos”, cuenta. “Cuando yo despierto, me voy a trabajar y siento alegría de estar en el campo”.

Él se convirtió en el dueño de 24 hectáreas de tierra cuando fue beneficiado por la reforma agraria en la administración del expresidente Ernesto Zedillo (1994-2000), a través del programa Procede, en el que el gobierno reconoció las propiedades ancestrales de los indígenas sobre las tierras que habitaban y trabajaban.

Sin embargo, Julián asegura que las condiciones para poder regar sus campos se han ido complicando en los últimos años. El mayor problema al que se enfrentan por periodos es a la escasez de agua.

“Mi predio está pegado [a Enerall]. El nivel de agua está bajando, yo tengo un pozo y está bajando. Lo empecé a ver por ahí de unos seis años desde que comenzó el trabajo de esa empresa. Hay cientos de hectáreas allá, es mucho el riego lo que están haciendo”, señaló Julián en entrevista.

De acuerdo con el Registro Público de los Derechos del Agua (REDPA), Julián es dueño del título de concesión para uso pecuario que le permite explotar 3,193.75 m3 de agua al año en su terreno de 24 hectáreas. Esta cantidad de agua representa tan solo el .018% del total de agua que Enerall puede utilizar en el mismo periodo de tiempo.

Durante la conversación, desde sus propias parcelas, Julián relata que ni las cosechas ni la cantidad de miel que produce han sido las mismas de antes, pues la sequía se ha intensificado, y por periodos, el pozo que tiene se queda seco. Según la Comisión Nacional del Agua, desde 2016 Tizimín ha padecido los peores registros de secas en su historia, y en 2017 apareció en el lugar 103 de los municipios con más riesgo de sequía en todo el país, de un registro con casi 2,500 lugares analizados.

Además, sus apiarios tienen cada vez menos población de abejas, según asegura, a causa del riego de herbicidas y pesticidas en los alrededores.

Julián Camal enciende un pequeño tronco de copal y un humo denso invade el ambiente. Él, con una maya protectora en la cabeza y un par de guantes, se acerca al lugar de donde proviene un incesante zumbido. Mientras camina y deja una estela de niebla a su paso, decenas de abejas revolotean.

Julián saca una de las colmenas y muestra que los panales están casi vacíos. Además, en el suelo, hay decenas de abejas muertas. La explicación, según detalla, se debe a que muchas de sus abejas vuelan hacia los predios de Enerall y, al chupar polen de esas plantas rociadas con herbicidas y pesticidas, mueren.

Tizimín es conocida como la región con mayor producción de miel en el país, sin embargo, además de Dzonot Mezo, donde vive Julián, otras poblaciones cercanas como Dzonot Carretero, han denunciado afectaciones a sus apiarios, responsabilizando a grandes empresarios productores de soya.

Aunque Julián sabe que es uno de los principales afectados por estar tan cerca de esta empresa, señala que, si le ofreciera dinero para comprarle sus terrenos, no aceptaría, porque asegura que lo que hacen con las tierras es parecido a una devastación:

“Yo no vendería, si no dónde voy a trabajar, de eso no se trata. No, porque ellos chingan los montes, no para que lo trabajen bonito. Ningún árbol dejan, lo desmontan, lo queman, lo arrasan. (...) No sabemos cómo vamos a quedar unos años más adelante”.