César, el indígena defensor de la selva maya

Dzonot Mezo, Yucatán.- A César Kan se le estruja el alma cuando las máquinas le rompen los huesos a la selva. Cuando la corteza de los árboles crepita, minuto a minuto, dejando nubes de polvo a su paso. Cuando los animales tienen que huir o quedan atrapados a causa de la devastación hecha con maquinaria.

La selva es prácticamente el hogar de César desde hace 52 años, y no es para menos que sienta eso: su comunidad, Dzonot Mezo, está recostada en el seno de este ecosistema, localizado al oriente del estado sureño de Yucatán.

César es presidente de la Asamblea Indígena de su pueblo y sabe que el responsable de estos daños es Enerall, más ignora que el fundador es el jefe de gabinete del gobierno mexicano, Alfonso Romo, quien llegó a coronarse como el cacique el paraíso maya, a través de acumulación de tierras y concesiones de agua.

Él es un indígena de la cultura milenaria de los mayas, cuyos ojos son taciturnos, sin soltar ni una sola risa. Cuando habla de la destrucción, mira hacia el suelo, menea la cabeza. Para él se trata de una verdadera tragedia.

En toda su vida nunca había visto tanta desaparición de flora y fauna en su localidad como ahora con la llegada de este consorcio, ubicado a unos pocos kilómetros de su vivienda.

“Donde raspan las tierras, botan árboles, los animales se tienen que ir porque no hay lugar para vivir. Antes había venados, jabalíes, pavos del monte, hasta monos, pero ya están desapareciendo, ya no hay”, dice César. Quien tiene una nariz aguileña y un tono de piel entre moreno y rojizo, siempre mirando hacia el horizonte en medio de largos silencios.

La comunidad de César está asentada en uno de los ecosistemas más importantes de México: se trata de la selva seca -mediana caducifolia- del sureste, su clima es cálido húmedo y se extiende por el estado de Yucatán hasta abarcar unos 20,000 kilómetros cuadrados. Esta selva es el hogar de alrededor de 6,000 tipos de flora endémica, así como 2,286 especies animales, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio).

En ese lugar viven tapires, jabalíes, jaguares, tigrillos, monos, guacamayas militares y charas yucatecas. Todos ellos, despojados gradualmente, especialmente con el boom en 1970, donde el reparto agrario y el fomento agropecuario, dispararon la deforestación a gran escala, y con ello la destrucción de sus hábitats.

Sin embargo, a decir de César, nadie había llegado tan lejos como Enerall, la empresa que ya se volvió famosa en el municipio de Tizimín por haber tapado un cenote, un hecho inédito que quedó asentado en los expedientes administrativos de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente.

“Son muchísimas hectáreas, y son terrenos raspados, no puedes ver montes allá, todo está destruido ¿Cuántos árboles grandotes cortaron? (…) ¿Cuánto tiempo hay que esperar para que el monte vuelva a crecer? ¿Cuántos años? Parece poco, pero es mucho tiempo lo que hay que esperar para que la naturaleza vuelva a lo normal”, explica César.

Los objetivos de Enerall no embonan con los de los indígenas mayas. Mientras continúan su expansión, César ha pedido cepas al municipio para reforestar la comunidad, pero su solicitud sigue en espera:

“Ojalá que el gobierno intervenga para que se pueda frenar, tengamos mejores condiciones de vida, para que haya más reforestaciones, más árboles, más áreas verdes, eso es lo que se necesita, porque pues eso es la naturaleza, donde vivimos y hay que cuidarla”, agrega.

Por ejemplo, hace unos meses, cuenta César, acudieron a la asamblea los ingenieros de Enerall a solicitar permiso para abrir una carretera que atravesaría el poblado, pero no se comprometieron a ofrecer algún beneficio colectivo o mejorar la infraestructura del pueblo, asolado por el rezago y la pobreza extrema, donde según el Centro Nacional de Evaluación de Política de Desarrollo Social (Coneval), del 62.2% de los tizimeños de 15 años o más, tienen educación básica incompleta.

“Ellos solamente piensan en ellos, no aportan nada”, dice el presidente de la asamblea de Dzonot Mezo.

Para él, el campo necesita cuidados. También se requiere tiempo para sentir la brisa de los árboles por la mañana, los piquetes de los zancudos o la fortuna de ver un venado cola blanca, como si se tratara de la misma ilusión que ver una estrella fugaz. Se emociona cuando lo cuenta.

El defensor maya no puede ver de otra manera la agricultura más que equilibrándola con la salud de la selva, aprovechando madera, pero permitiendo que crezcan; alimentándose de jabalíes o venados, pero comiendo carne solo cada mes; bebiendo y ocupando agua, pero sin desperdiciarla a cantidades bestiales. Por eso se ha acercado a las escuelas de educación básica para fomentar su cuidado.

“Mi preocupación es: ¿Qué va a pasar en otros años? ¿Qué va a pasar si siguen destruyendo terrenos, si siguen botando árboles? Mi vida es el campo, para mí es una tristeza que esa gente no piensa, y tal vez ni los propios gobiernos piensan, porque si no ¿cómo es que le dan permiso a esa gente para destruir montes, para botar montes, cantidades de hectáreas?”, dice cabizbajo César, sentado en una roca, al tiempo que el viento acaricia las ramas de un enorme balché.