A Reina*, de 20 años, todos los fines de semana la drogaban y emborrachaban en una casa en construcción en San Fernando en la que estuvo un poco más de un mes bajo esclavitud sexual junto a otra joven venezolana. Dice "un mes, más o menos" porque no recuerda muy bien el paso de los días durante su secuestro. Difícilmente podía hacerlo cuando no le permitían estar consciente de sí misma.
Había aceptado, en 2018, la oferta de una conocida de viajar a Trinidad en medio de una situación económica precaria que no le permitía cubrir los gastos ni de ella ni de su hija, en Maturín, estado Monagas. La mujer le prometió que recibiría alojamiento y que le darían comida hasta que encontrara trabajo para estabilizarse y pudiera pagar. Pero el hombre que fue a recogerla en un bote en La Barra, Delta Amacuro, un peligroso lugar conocido como punto de transporte en los negocios de trata de personas, era un traficante de droga.
La obligaba a consumir y si ella no lo hacía amenazaba con enviarla a la policía para que la deportara. Al observar que era un hombre con presuntos contactos en la policía y, además, integrante de una banda criminal, veía pocas oportunidades a su alcance para huir de ese infierno. Recuerda que la apuntaron con un arma en la cabeza el día en que se negó a beber alcohol, mientras al mismo tiempo, intentaba evitar que su "jefe" la violara.
Parte del modus operandi de las bandas consiste en rotar a las mujeres de sitio, generalmente cada tres o cinco meses. Entre los nombres de los locales que han sido reconocidos como lugares donde ocurre explotación sexual en la isla están el Copa Cabana, Villa Capri, 4Play Bar y Tzar Night Club. Con las restricciones causadas por la pandemia de covid-19, algunos de estos locales han cerrado temporalmente sus puertas. Sin embargo, el negocio no ha parado.
Sobrevivientes señalan que ha continuado en fiestas privadas para las que son contratadas y en las habitaciones de hoteles como Alicia’s Palace Hotel y Dads Dan. En este último establecimiento se ha registrado casos de trata de mujeres desde, al menos, hace seis años, cuando detuvieron al dueño de este local y su asistente por traficar a dos mujeres venezolanas en 2015 y por tener un espacio dedicado a la prostitución. Se intentó consultar a los administradores de los bares y locales mencionados sobre estos hechos, pero no ofrecieron respuesta. En el caso del hotel Dads Dan dijeron que no pueden dar información porque el caso sigue abierto en tribunales, mientras que en Alicia's Palace Hotel indicaron que no tenían información para periodistas.
Una vez que las víctimas caen en las redes de trata se enfrentan a un laberinto sin salida. Las vías de escape son casi inexistentes. Algunas son rescatadas en redadas policiales, pero luego son detenidas en centros de reclusión en condiciones precarias. Otras, asumen el riesgo de escapar. Y en pocos casos, la única esperanza que le queda a las víctimas es aferrarse a la palabra de los “jefes” de que serán liberadas una vez completen el pago de su deuda y, por eso, llevan cuentas minuciosas de cuánto dinero generan por cada día de explotación, para saber cuándo serán libres de irse.
Fernanda, luego de trabajar cinco meses para la banda, supo que había logrado completar el monto que le exigían como cuota. Sus captores le ofrecieron quedarse trabajando en prostitución, pero ella se negó, actuó rápido para irse y prefirió “mudarse lejos”, a otra ciudad de Trinidad. Sin embargo, vive con miedo.
Tuvo que cambiar de trabajo porque un hombre se presentó preguntando por ella, diciendo que le debía dinero. “Tengo temor. Yo me cuido mucho de agarrar un taxi, un carro, caminar. En algún momento me los puedo encontrar y no sé cómo puedan reaccionar”, dice Fernanda.
En el caso de Marlene, el allanamiento de “las casas chinas” se tradujo en su salida de las redes de trata. Trabajó un tiempo en un casino en Trinidad hasta reunir lo que necesitaba para volver a Venezuela. Nunca vio un centavo de los 9.500 dólares que le habían prometido que recibiría, con los que había planeado comprar una casa para su familia.
La posibilidad más remota de salir del circuito de la explotación sexual es escapar, una decisión que muy pocas toman porque saben que puede significar la muerte. Maritza se arriesgó a huir de la segunda casa de explotación en la que estaba recluida. Una noche, se las arregló para quedarse con 100 dólares trinitarios de uno de los “servicios”. A las dos de la mañana, aprovechó que su jefe dormía, para apropiarse de su celular.
Saltó el portón de la casa y corrió lo más rápido que pudo hasta el estadio de Diego Martin, en donde vio pasar un vehículo y le hizo señas. El conductor aceptó ayudarla y la llevó hasta un lugar de comida rápida de Puerto España, en donde había acordado con unos amigos, a los que contactó por mensaje de texto, que fueran a buscarla. “Desde ese momento comencé todo desde cero. Fueron momentos muy feos. Yo estuve a punto hasta de morir. Esto no se lo deseo a ninguna otra chica”.