Violencia y encierro, una trampa para las mujeres

Dentro de sus hogares muchas mujeres se han visto expuestas a agresiones físicas, maltratos psicológicos y privaciones económicas. Pero en la etapa más rígida del confinamiento estos niveles de violencia se exacerbaron dejando cifras rojas de feminicidios, aunque también sobrevivientes que aprendieron a tomar decisiones para salir de estos ciclos. Las secuelas están presentes ❧

No acudió a presentar su denuncia con rastros de golpes en la cara. Su dolor era igual de intenso, pero invisible, aunque la Justicia no lo pensara así: “Ah, violencia psicológica nomás” fue la respuesta que recibió esta mujer de nacionalidad paraguaya de 46 años cuando quiso darle fin al largo ciclo de maltrato en el que estaba. “Para mí la pandemia puso muchas cosas en su lugar”, dice.

Es nutricionista e instructora de zumba, tiene tres hijos, dos del que ahora es su expareja y uno mayor de su primer matrimonio, y aunque hubo intentos por salvar la familia, no se pudo. “Siempre fue celoso, me reclamaba por quién le dio ‘me gusta’ a mi foto, todo me controlaba. Y así fue empeorando”. Recuerda que en 2018, en un arranque de ira le arrojó un televisor, “pero no le acertó”.

A pesar de todo, ella se niega a mostrarse como víctima porque siente que después de superar la dependencia económica y la violencia psicológica puede salir adelante y hasta rehacer su vida con otra persona. Pero eso también la enfrenta a una sociedad que la juzga constantemente.

“Ellos no quieren saber nada de mí. Me dicen: ‘Volvé con papá si nos querés’. Les quiero con todo mi corazón, pero ellos no me pueden condicionar así. Tengo derecho a tener una vida y eso no va a hacer que yo les falte”.
Mujer paraguaya víctima de violencia

Como ella perdió la custodia de sus hijos, muchas personas cercanas le recomiendan no verse tan “positiva” para despertar empatía y respaldo. “A la gente le gusta verte destruida. Ya fui víctima mucho tiempo, ahora tengo que levantarme”, afirma decidida. Pero otros miles de casos nunca salen a la luz, se manejan entre cuatro paredes y con silencios prolongados.

La psicóloga paraguaya Lourdes Ostertag, especializada en violencia de género, considera que la convivencia obligatoria de 24 horas propició el incremento de la violencia en intensidad y frecuencia, teniendo en cuenta que una característica del agresor es culpar a la víctima incluso de su enojo: porque perdió el trabajo, por no poder salir o por lo que sea. “La violencia no siempre es física, muchas veces es psicológica, se da en forma de insultos, humillaciones y, por supuesto, control. No olvidemos que en la violencia psicológica el agresor mantiene sobre ella un control que probablemente antes de la pandemia no era tan excesivo, pero con el encierro empeoró”, dice.

Ostertag enfatiza en que este tipo de violencia también es invisible para las demás personas porque si no escuchan gritos o peleas en una casa, nadie se mete.

“Nadie ve al controlador violento. Incluso el entorno íntimo de la víctima puede no percatarse, justamente porque el agresor controla hasta con quién chatea en el celular”.
Lourdes Ostertag, psicóloga

Según el informe de Naciones Unidas de 2020 “Las repercusiones de la COVID-19 en las mujeres y niñas”, se ha observado un aumento de más del 25 por ciento de violencia contra las mujeres en países que cuentan con mecanismos para tomar denuncias. Además, como era previsible, en el primer semestre de 2021 el número de feminicidios creció respecto a 2019. La cifra más llamativa se registra en Venezuela con el 53,29 por ciento; en Argentina, 10,07 por ciento; en Colombia, 10,33 por ciento, y en Brasil, 2 por ciento, de acuerdo con los datos analizados para este reportaje.

El confinamiento como medida de restricción asumida por varios gobiernos provocó, en muchos casos, que el entorno familiar se convirtiera en un espacio permanente de violencia en sus diferentes niveles. Así lo revela también el informe de ONU Mujeres “El progreso de las mujeres en el mundo 2019-2020”, en el que el 11,8 por ciento de esta población en Latinoamérica y el Caribe entre 15 y 49 años señaló haber sido víctima de violencia física o sexual a manos de una pareja o expareja en los últimos 12 meses.

En casos extremos, la brutalidad llegó al asesinato, una realidad que, de acuerdo con el Observatorio Feminicidios Colombia, vivieron en ese país 630 mujeres, 243 de ellas en la cuarentena de 2020. Debido al encierro, estuvieron expuestas a la violencia y el horror, y sin la posibilidad de comunicarse a las líneas de atención por la misma intimidación de sus parejas. El Valle del Cauca, en especial la ciudad de Cali, registró las cifras más altas de feminicidios.

Según el mismo Observatorio, algunos de los presuntos autores se han dado a la fuga o no aceptan los cargos, otros están enfrentando juicios y un menor número fue condenado. Entre los casos que ha documentado están los feminicidios de Geraldine Ramírez Mejía, María Piedad Klinger y Luz Henao Rodríguez, asesinadas por sus esposos, Elvis Escobar Vélez, Jaime Dávalos y Leiner Ibargüen, respectivamente, quienes luego se suicidaron. A su vez, Jhon Alexander Zamora fue condenado a 35 años de cárcel por el feminicidio de su pareja, Leidy Johana Soto.

“El hecho de estar encerrados dentro de un mismo contexto agudiza los momentos de violencia. Hay relaciones y familias bien avenidas y sin embargo durante esta época en que hay que estar interactuando de una manera tan cercana y constante se producen explosiones, momentos de violencia verbal, cosas que se hubiesen subsanado más suave, por ejemplo si tenemos la oportunidad de salir o caminar, si vamos matizando las horas del día interactuando con diferentes personas”, explica la profesora de la Universidad Central de Venezuela y coordinadora del Grupo de Trabajo Clacso Feminismos, Resistencias y Emancipación, Alba Carosio.

La violencia de género afecta a una de cada tres mujeres en Latinoamérica y el Caribe. Y la violencia doméstica se duplicó e incluso triplicó durante el confinamiento en algunos países con datos disponibles, según un reciente informe del Banco Mundial. En Colombia, por ejemplo, la Corporación Sisma Mujer señala que en 2020 más del 90 por ciento de las llamadas recibidas por la Línea 155 —una de las que atienden denuncias de violencia intrafamiliar—, fueron de mujeres. Agrega que la misma línea reportó un incremento de 169,75 por ciento en la cantidad de llamadas recibidas durante los días de aislamiento preventivo obligatorio. Al mismo tiempo, basada en datos de la Fiscalía General de la Nación, asegura que en la cuarentena, aproximadamente cada 25 horas fue denunciado un feminicidio, cada 10 minutos, un caso de violencia intrafamiliar y cada 21 minutos, uno de delitos sexuales.

“La cuarentena ha devuelto a las mujeres y las violencias que las afectan de manera diferencial al ámbito privado, esto es, al hogar patriarcal y el encierro donde el silencio y la impunidad operan con facilidad”.
Corporación Sisma Mujer, Colombia

En los ciclos de violencia, el rostro conocido se va convirtiendo en extraño con acciones que, aunque no tengan un desenlace fatal, dejan marcas imborrables. “La última vez que él estuvo en mi casa casi me mató. Me estranguló. Yo creo que él pensó que me mató porque me quedé inconsciente, me desmayé. Y él ahí me soltó”; así recuerda el peor momento de su vida una mujer paraguaya, madre de dos niñas y vendedora en un centro comercial.

Tiene 29 años y en diciembre de 2020 se separó de su expareja luego de dos años de convivencia. El intento de feminicidio no se dio de la noche a la mañana. Cuenta que recibió maltratos desde que eran novios, se embarazó muy joven y por eso tuvo que salir de su casa para vivir con él. Como ocurre con muchas víctimas de violencia de género, ella se asigna cierta culpa por las agresiones que recibió.

“Eso es algo que nunca me voy a poder perdonar. Él me maltrató porque yo me dejé, si yo me hubiese alejado antes, nada de esto iba a pasar, yo no iba a vivir todo lo que viví. Pero bueno, ya pasó y no puedo hacer nada”.
Mujer paraguaya, víctima de violencia

Mientras campañas oficiales instan a denunciar la violencia machista, en la práctica el mismo Estado paraguayo revictimiza a las sobrevivientes. Ella recuerda que su expareja intentó matarla un sábado en la noche. Por eso el domingo en la mañana fue a la comisaría a denunciar y pedir una orden de alejamiento. Pero el policía de guardia estaba jugando en el celular y ni levantó la mirada para responder. Lograr presentar su denuncia fue una travesía, la derivaban de un lado al otro, hasta le cobraron el trámite. Y como si le hicieran un favor, al no encontrar a su expareja para notificarlo, le enviaron el documento de la orden de alejamiento por WhatsApp.

Hasta agosto de 2021, tres meses después del intento de feminicidio, su denuncia policial no había llegado a la Fiscalía. “¿Sabés lo que pasa en este país? Si vos no tenés plata, se queda todo parado. Vos misma tenés que ir a mover tus papeles. La gente te dice: ‘Andá denunciá y ya está’. Pero hay veces que vos denunciás y no pasa nada”, reclama. En su intento de dejar atrás tan amarga experiencia es consciente de que su bienestar y el de sus hijas dependen solo de ella, porque hasta la Justicia le cerró las puertas.

El agresor vive a tres cuadras de su casa y teme que, en cualquier momento, él pueda reaparecer.

Nuria Peña, coordinadora de la Iniciativa Spotlight en Argentina, una alianza entre la Unión Europea y las Naciones Unidas para eliminar las violencias contra las mujeres y las niñas, cree que “aunque existen claras evidencias respecto al aumento de índices de violencia contra las mujeres que desató la pandemia en los hogares, es probable que todavía no tengamos una real dimensión del aumento de los diferentes tipos. No hablo únicamente de la física y sexual, las más graves, sino también de violencia psicológica y económica”, refiere.

Son tantas formas de control que se ejercen que la mayoría de las que se atreven a sacar su historia a la luz casi siempre piden resguardar su nombre. La violencia les quita incluso la posibilidad de reconocerse, de mostrarse, de ser.

¿Es posible empezar de nuevo? Algunas mujeres que escaparon de un espacio de violencia o de la muerte son la prueba de que a pesar del miedo, el dolor y la negligencia del Estado, por lo menos se puede intentar.

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