¿El ocaso de la OEA?

La organización no ha logrado implementar medidas diplomáticas que ayuden a la superación de la crisis en Venezuela y ha quedado en entredicho su rol como organismo para la resolución de los conflictos regionales.

Fotografía de la sesión especial del 26 de abril, tomada de la cuenta Flickr de la OEA - OAS

Al anunciar que abandonará el organismo multilateral, Venezuela le ha dado una estocada a la ya venida a menos Organización de los Estados Americanos. Movimiento que se produjo tras la convocatoria que hicieron 15 países del hemisferio a una reunión extraordinaria del Consejo Permanente, que aprobó la convocatoria a una asamblea de cancilleres que trate la crisis democrática que vive el país bolivariano y que solo en abril ha dejado un saldo de 29 muertos en manifestaciones. La delegación venezolana participó en el encuentro bajo protesta y advirtió que no permitirá que ningún ente o país  se inmiscuya en sus asuntos internos sin ser invitado. Así pasó. Al término de la reunión, la canciller Delcy Rodríguez anunció que Venezuela iniciaba el proceso de separación de la OEA. “Libertad o nada”, fue la consigna.

La entidad no ha podido convertirse en el intermediario eficaz que necesitan los venezolanos para encaminar la resolución de la crisis institucional que azota al país. Los miembros que con más ahínco buscan una solución política y pacífica para sus conflictos no han conseguido los votos requeridos para activar la tan mencionada Carta Democrática, un instrumento establecido en 2001 que tiene la capacidad de sancionar hasta con la suspensión a los países que sufren rupturas en su orden constitucional. La aprobación de la norma necesita de la votación favorable de al menos dos tercios de los 34 Estados Miembros, un número difícil de alcanzar pues Venezuela mantiene cerca de una decena de países aliados e incondicionales ((Nicaragua, Bolivia y Ecuador a la cabeza) que votan negativamente cada vez que se presentan mociones que vayan en esa dirección o que la representación de Maduro juzgue como una intromisión en sus asuntos internos.

Según la misma OEA, a lo largo de 2016 se invocó la Carta Democrática en 10 ocasiones, siete de ellas “de manera preventiva para evitar el escalamiento de crisis político-institucionales” y en otras dos ocasiones “en momentos considerados como rupturas del orden democrático”. Pero en la práctica, el mecanismo no solo resultó infructuoso, también contraproducente. Pues le dio al gobierno bolivariano la excusa que necesitaba para alegar un intento de intervención e iniciar su retiro del Sistema Interamericano.

En la atropellada reunión del Consejo Permanente de la OEA realizada el miércoles 26 de abril, el vicecanciller venezolano Samuel Moncada aprovechó para criticar la gestión del Secretario General Luis Almagro, a quien calificó como “agente del conflicto en Venezuela”. Moncada lo acusó de llamar abiertamente a un golpe militar y a la insurrección, y de haber convertido al plenario de la OEA en un campo de confrontación que alienta a los grupos más violentos del país. Además acusó a Estados Unidos, sin nombrarlo explícitamente, de coaccionar a los estados miembros.

Los países de la corriente del Socialismo del Siglo XXI ponen en tela de juicio el equilibrio de la Organización de Estados Americanos amparándose en que Estados Unidos es el principal financiador de la organización, tal como lo demuestran los mismos reportes de la OEA. Solo por mencionar lo ocurrido en 2017, alrededor de 60 por ciento del total de aportes al fondo regular de la OEA provienen de Estados Unidos, es decir, 50.8 millones de dólares de los 85 millones de dólares del presupuesto. Las denuncias de Venezuela sobre el origen de los fondos del ente y una presunta supeditación a las líneas dictadas por Estados Unidos se producen a la vez que deja de pagar sus obligaciones con la organización: acumula cinco años de retraso en sus aportes que suponen 8,7 millones de dólares, de los cuales, 1.8 millones de dólares corresponden al presente año.

La tibia actuación de la representación de la OEA durante las elecciones de Nicaragua (las denuncias de unos comicios amañados condujeron a reuniones de Almagro con la oposición y con el Gobierno de Ortega sin que se produjeran consecuencias notorias) y su silencio ante la crisis institucional que se desató en Paraguay, a raíz de la votación irregular de una propuesta del presidente Horacio Cartes que buscaba habilitar la reelección presidencial, también la dejan mal parada.

El proceder del secretario Almagro ha sido otra fuente de controversia y de cuestionamiento del papel de la OEA en los conflictos del continente.

Los representantes de la corriente de izquierda latinoamericana le han criticado a Almagro su sesgo contra el gobierno de Nicolás Maduro. Por ejemplo, el excanciller uruguayo pidió la suspensión de Venezuela del organismo y exigió que se convoque a elecciones generales en 30 días. Solicitud que no ha tenido efecto alguno por no contar con el respaldo mayoritario de los países miembros y que alimentó el discurso de desprestigio de los diplomáticos venezolanos hacia la OEA.

La apuesta del gobierno venezolano, según expresó su presentante ante Consejo Permanente de la OEA, es tratar sus problemas en una reunión extraordinaria, a la que ya convocó, de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); un órgano del que no hacen parte Canadá ni Estados Unidos, promotores de medidas urgentes y más tajantes para solucionar la crisis política venezolana.

Un movimiento que pretende desplazar a la OEA como espacio natural para la resolución de conflictos de la región. Aunque con sus falencias y un ritmo que pareciera no compadecerse de las turbulencias del continente, diplomáticos reconocen a la OEA como el organismo multilateral de la región que sirve como espacio de contención para que los países liberen tensiones y ventilen sus problemas antes de que escalen de tamaño o provoquen estragos mayores.

En 24 meses que dura el proceso de separación de Venezuela de OEA, la institución tiene el reto de fortalecer sus mecanismos de resolución de conflictos, equilibrar sus finanzas y desmentir las voces que aseguran que es una entidad prescindible.

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