De cómo arrancarle cosecha a un suelo salado

Una comunidad salvadoreña ha buscado una estrategia para enriquecer los suelos con un fertilizante natural que se consigue de procesar hongos, crucial para seguir produciendo granos básicos en una zona donde el hambre avanza de la mano de la salinización y la sequía producto del cambio climático.

Los gritos son porque Selvin logró agarrar el cusuco de la cola antes de que entrara a la madriguera. Lo levanta y muestra orgulloso a una veintena de agricultores, en su mayoría mujeres, de la zona rural de San Luis La Herradura (La Paz), en la zona central de El Salvador. En esta soleada mañana están en medio de la espesa vegetación del Área Natural Protegida Escuintla. Técnicos de dos ONG, que han capacitado al grupo en prácticas de cultivo, fotografían al animal con sus celulares antes de que Selvin lo guarde dentro de un saco de polipropileno. Los productores están acá para recolectar microorganismos del suelo y convertirlos en hongos fertilizantes para sus cultivos. Están acá para cuidar el medioambiente.

Tras la algarabía, Selvin Flores, un líder comunal de 29 años, enrolla la abertura del saco para asegurarse que el cusuco no escape, lo coloca sobre su espalda y guía al grupo en la recolección de la sustancia blancuzca que se encuentra entre la hojarasca y que sirve de materia prima para producir fertilizante natural. La recolección tarda unos 15 minutos que parecen eternos porque un ejército de zancudos hambrientos atacan sin piedad. Son tantos que una de las agricultoras bromea con el deseo de tener una cola para ayudarse a espantarlos de la espalda.

Tras llenar tres sacos, los agricultores se abren paso hasta salir a un claro del cantón San Sebastián El Chingo. Aquí, Selvin se anima a mostrar otra vez el animal sobre un pastizal. Los técnicos, coordinados por Alberto, coordinador de la Fundación para el Desarrollo (FUNDESA), una ONG socia de Oxfam, le piden que lo regrese a su hábitat. Atrás, dos de los agricultores de mayor edad, discuten en la forma de prepararlo: uno dice que el cusuco sabe bien guisado, el otro lo prefiere a las brazas; porque tiene una carne blanca y suave. El animal salta, ayudado por Selvin, y se pierde entre los árboles.

-¡Nombre, qué regada! Dicen al unísono los improvisados chef.

Este reportaje elaborado por Glenda Girón y Ricardo Flores (textos), Borman Mármol, Ángel Gómez y Nilton García (fotografías) para La Prensa Gráfica de El Salvador es republicado por CONNECTAS gracias a un acuerdo de difusión de contenidos.

Alberto Vargas es delgado, trigueño, sus ojos son pardos y taciturnos. Tiene 36 años y poco cabello en la cabeza.  Esta mañana de septiembre está en la casa de Selvin para mostrar la forma en que los pequeños productores de San Luis La Herradura utilizan el abono orgánico para enriquecer el suelo y volver a arrancarle alimento a una tierra cada vez más árida y salobre.

La estrategia busca recuperar la fertilidad del suelo para la siembra. El nivel del mar está aumentando en el subsuelo y ha comenzado a salinizar la zona. Los habitantes lo saben porque el agua de los pozos artesanales se ha vuelto salada. Un proceso que ha ocurrido lentamente desde hace un par de años, pero que ha comenzado a impactar en la producción de granos básicos. Además, el suelto también se ha vuelto árido por la sequía. La cara invisible del cambio climático.

Expertos de la FAO, la agencia de la Organización de las Naciones Unidas que se encarga de estudiar la alimentación en el mundo, dicen que El Salvador va a perder un 11% de lluvia a finales del siglo. Por lo que “el incremento de temperaturas y la reducción de las precipitaciones afectará año con año los cultivos de frijol y maíz”.

San Luis La Herradura ya perdió una buena parte de esa lluvia en los últimos tres años.  Una condición que lo ha metido en la lista de más de 100 municipios de El Salvador que tienen problemas para mantener la humedad en el suelo, pero que son parte de una extensión regional frente al Pacífico conocida como el Corredor Seco Centroamericano.

Selvin reconoce que se ha vuelto difícil y caro cosechar mientras ordena media docena de mazorcas y unas vainas de un frijol blanco, parecido a las chilipucas, sobre un mesa de madera ubicada a un costado de la galera. Hace suyas las predicciones de la FAO cuando, en un informe reciente, dijo que el cambio climático “amenaza de forma particular la disponibilidad de los alimentos para los productores de subsistencia y sus respectivas familias”.

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El Ministerio de Agricultura y Ganadería estima que en El Salvador existen 370,455 pequeños productores de granos básicos de subsistencia, quienes podrían dejar de producir en los próximos años si los posibles escenarios de la caída de las cosechas de la FAO se cumplen en el país: el frijol podría rendir 98 % menos en La Unión, mientras que la reducción sería de 39 % en Morazán y de 25 % en San Miguel y Usulután. Tres departamentos que sostienen en su tierra la alimentación del país.

Una proyección de escasez que la FAO ha dicho será percibida en toda Latinoamérica. Una región que sufrirá en sus cosechas el flagelo del cambio climático.

Alberto está apoyado sobre una pila de sacos llenos de fertilizante ya procesado que permanecen a un costado de una galera con piso de cemento y techo recién instalado, una especie de laboratorio para producir hongos que FUNDESA y Oxfam construyeron en la casa de Selvin. Al centro, cuatro mujeres hunden sus manos en una mezcla de hojarasca, corteza de árboles y tierra húmeda. Separan la sustancia blanca pastosa para después revolverla, al ritmo de palazos, con melaza y pulimento de arroz sobre una carpeta negra. Un coctel que después de un mes de permanecer dentro de un barril sellado se convierte en el fertilizante que utilizan los productores de unas13 comunidades de la zona rural de San Luis La Herradura.

Pese al entusiasmo, Alberto sabe que los agricultores no fabrican abono orgánico totalmente convencidos del impacto del cambio climático en los cultivos. Sabe que lo hacen motivados por el dinero. El día en que consigan plata de otra manera, lo dejan. “Utilizamos la estrategia de llegarles por el bolsillo. Es una especie de doble juego que usamos”, dice para explicar que la estrategia para convencerlos de abandonar los agroquímicos está basada en la economía.

“Siempre hay un riesgo, para no mentir, que si logran conseguir plata pueda que compren otro tipo de insumos”, señala Alberto con un tono melancólico.

Es la misma indiferencia que muestra el país, que a pese a estar ubicado en una le las regiones más vulnerables del mundo a sufrir fenómenos naturales, aún no se toma en serio el cambio climático, que dejó de ser un concepto abstracto para instalase como flagelo con distintas manifestaciones. Una realidad que el mismo Alberto reconoce al aceptar que se involucró en proyectos sobre cuido al medioambiente “porque no encontré trabajo en otra cosa”. Aunque trata de matizarlo al decir que tampoco buscó mucho,” me salió este”.

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Esa indiferencia también la muestran las autoridades. La única cara del Estado en San Sebastián El Chingo son los seis guardabosques del Área Natural Protegida Escuintla. Una presencia gubernamental que adolece por falta de recursos económicos. Tampoco a nivel municipal hay mayor involucramiento. “Nos cuesta avanzar en cada cambio de administración de las alcaldías”, dice Alberto. “En San Luis La Herradura, por ejemplo, recién hemos comenzado a coordinar campañas de limpieza: nosotros les damos los insumos y ellos la mano de obra”.

Alberto llegó por primera vez al cantón San Sebastián El Chingo cuando las calles de toda la zona rural de San Luis La Herradura estaban lodosas y encharcadas.  Era octubre de 2011 y las torrenciales lluvias de la tormenta tropical 12-E provocaron que el río Sapuyo se desbordara sobre plantaciones de maíz, frijol y verduras. Alberto Llegó como parte de una organización no gubernamental para entregar ayuda humanitaria a los afectados con una fórmula que, asegura, siempre triunfa: bienes por trabajo.

La idea, dice, era que la misma gente afectada ayudara a reconstruir la zona para volver a producir granos básicos lo más pronto posible, porque habían perdido la oportunidad de ingresos y comida. Para lograrlo, entregaban una canasta de víveres a cambio de labores.

No ha vuelto a llover 10 días consecutivos en San Sebastián El Chingo desde la 12-E. Ni siquiera ha vuelto a llover como de costumbre.  Los últimos tres años, el país entero ha sido víctima de una sequía severa que ha vuelto más difícil cosechar. Esa escasez de lluvia entre 2012 y 2015, al igual que la inundación de 2011,  provocó daños en los cultivos de maíz, frijol y pipián que le servían de subsistencia a los habitantes de la zona rural de San Luis La Herradura. La versión más clara del cambio climático en Centro América.

Julio es un pescador de 70 años que ha flotado toda la mañana sobre su cayuco de madera en las angostas y poco profundas aguas que aún le quedan a esta parte del estero de Jaltepeque que colinda con el cantón Guadalupe La Zorra, en San Luis La Herradura. A pesar de que es septiembre y aún falta mucho para que la presente época lluviosa concluya, la zona que los lugareños conocen como El Aguaje, no hace honor a su nombre. Es en realidad una explanada que vista desde el cielo parece seca, cubierta mayormente por jacinto de agua.

Julio busca la salida con el agua hasta las rodillas. Trae una pequeña bolsa transparente con la pesca de hoy:  lo mucho, una media docena de peces pequeños, como para sardinas, y un montón de quejas: “Esto ya no sirve, no hay comida, estamos muriendo de hambre porque nadie nos ayuda a limpiar, a quitar ese monte verde que nos está matando los peces”, dice al ver la presencia de los técnicos de FUNDESA y Oxfam. A sus espaldas, unas ocho cabezas de ganado cruza sin problemas El Aguaje guiados por un vaquero a bordo de un caballo café.

Jorge Figueroa, coordinador de proyectos de Oxfam para El Salvador y Guatemala, le explica que pronto iniciarán una limpieza del jacinto para que se recupere el agua y los peces.  Pero Julio sigue con la protesta, dice que eso ya lo intentaron hacer otras ONG y que no funciona porque la planta vuelve a reproducirse pronto y el agua baja de nivel.

Más al centro, a la orilla de un camino de tierra que parte en dos El Aguaje, aún lucen sacos de polipropileno rotos y semienterrados que la comunidad llegó a colocar con arena durante la tormenta tropical 12-E en un intento por evitar el avance del agua, algo que fue imposible de lograr recuerda Alberto.

Gloria Isabel Ventura, quien ha llegado a San Sebastián El Chingo después de embarcarse unos treinta minutos desde la isla donde vive en el estero de Jaltepeque, enumera los logros del uso de  hongos en la agricultura. “Antes, de una manzana sacábamos 35 quintales de maíz; ya con los insumos orgánicos, sacamos hasta los 70 quintales”,  dice mientras se acomoda las sandalias de hule que calza.

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A un costado de Selvin, que ha comenzado a masticar un tamal de elote bajo la sombra de su laboratorio de hongos, los que espera una vez poder cosechar a mayor escala y distribuirlos a más comunidades de La Paz o del país entero, porque no.

Al fondo, los dos agricultores mayores aún hacen planes con el cusuco: “siempre viven en pareja y en el mismo hoyo. Lo más seguro es que vuelve a esconderse cerca de donde lo vimos”.

Alberto, sin embargo, espera que los agricultores logren cosechar productos diversificados en sus pequeñas parcelas. Los espera ver organizados en comités de protección civil y asociaciones de desarrollo. Solo así, dice, podrán enfrentar el flagelo del cambio climático. “Nosotros hacemos esto como un aporte para que la vida de la gente cambie. Así lo veo. No tenemos la solución al problema, pero aportamos antes que sea tarde”.

Este reportaje elaborado por Glenda Girón y Ricardo Flores (textos), Borman Mármol, Ángel Gómez y Nilton García (fotografías) para La Prensa Gráfica de El Salvador es republicado por CONNECTAS gracias a un acuerdo de difusión de contenidos.


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