Por Jesús Arencibia y Jessica Domínguez para ElToque en alianza editorial con CONNECTAS

P arecía —y era— una operación comando de búsqueda y captura. Beatriz* y su hija debían sortear los 37 kilómetros que separan su casa en la ciudad de Las Tunas de una zona campestre de la localidad Vado del Yeso, en la vecina provincia Granma, donde buenos amigos les habían resuelto el material. Transcurrían los primeros días del pasado mayo. Cuba y el mundo en pandemia. Transporte interprovincial deprimido. Y en el trayecto entre ambos lugares, dos puntos de control sanitario que impedían casi totalmente el paso.

El medio de locomoción fue una motorina eléctrica, que hasta tuvieron que recargar a mitad del viaje. El estrés y el susto las acompañaron todo el recorrido. Pero cuatro horas después de emprendida la aventura, ya estaban de regreso en Las Tunas, con el material a bordo: 30 libras de arroz resuelto a 10 pesos la libra, en un momento en el que, ni pagándolo a 25, aparecía por ningún lado.

“Es que los cubanos, si no comemos arroz y frijoles, es como si no comiéramos”, sonríe ahora la madre tunera, luego de meses en que ha tenido que hacer malabares para garantizar los tan ansiados granos.

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El 18 de junio último el vice primer ministro y titular de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, reconoció frente al Consejo de Ministros que “en el programa de alimentos, los mayores incumplimientos están en el arroz, los frijoles y la carne de cerdo”.

Cuba importa anualmente “más de 1.800 millones de dólares en alimentos, dentro de los cuales el maíz, la soya y el arroz representan más del 30 por ciento de la partida presupuestada”, comentó a Granma el doctor en Ciencias Mario Pablo Estrada García, director de Investigaciones Agropecuarias del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB). Si se promedia el gasto de importación de mercancías de la isla en 2016, 2017 y 2018, las de alimentos constituyeron aproximadamente el 17 por ciento del total.

El Gobierno de la isla asigna mensualmente cinco libras de arroz (mínimo) por persona en la canasta familiar normada; esta cifra se reforzó con un par de libras más y 10 onzas de frijoles y de chícharos, respectivamente, durante varios meses de pandemia. Sin embargo, el volumen total de lo vendido a precio de subsidio no ha cubierto las necesidades alimenticias de la ciudadanía. Y ni por la vía de la producción nacional ni por la de importaciones se logra revertir esa penuria.

Un estudio científico publicado en 2019, que encuestó a productores de granos del municipio habanero de Guanabacoa, identificaba, a juicio de estos, seis principales limitantes productivas: casi nula existencia de sistemas de regadío; baja disponibilidad de fuerza de trabajo; disponibilidad de combustibles; suelo no adecuado; carencia de implementos agrícolas e insuficientes insumos.

Con esos truenos, como reza la frase popular, no hay quien duerma.

Programas, proyectos, pero no eficiencia (caso arroz)

En la isla existe desde septiembre de 2011 un Programa de Desarrollo Integral del Arroz “para reducir las cuantiosas importaciones” del producto y así “contribuir a la soberanía alimentaria por la que tanto aboga la nación”, refería Granma en junio pasado.

Aunque desde 2010 se comenzó a trabajar en la elaboración del Programa de Desarrollo Granos, cinco años más tarde las inversiones planificadas solo se habían completado al 25 por ciento. Crédito: Jorge Beltrán

Entre 2013 y 2018 “el arroz fue el alimento con mayores decrecimientos de producción y de área cosechada” entre los principales cultivos agrícolas cubanos,  señalaba el economista Pedro Monreal.

Con la reproyección del citado programa gubernamental arrocero hasta 2030, se estima que el país produzca unas 600 mil toneladas, el 86 por ciento de la demanda, anunció Lázaro Díaz Rodríguez, director de la División Tecnológica de Arroz, del Grupo Empresarial Agrícola, adscrito al Ministerio de la Agricultura (Minag).

La Antilla Mayor tiene potencialidades para llegar a sembrar alrededor de 200 mil hectáreas al año, y lograr un rendimiento de 5 toneladas por hectárea —opina Telce A. González Morera, director general del Instituto de Investigaciones de Granos (IIG). Sin embargo, para lograr esas ambiciosas metas se necesitaría un incremento productivo que ahora mismo —con el mundo y la nación en crisis— parece bastante improbable.

Un campesino seca su cosecha de arroz esparcida por cientos de metros sobre la carretera intermunicipal en Villa Clara. Crédito: Sadiel Mederos

“Cada vez más la cosa fue empeorando hasta llegar a crítica con la pandemia. Se eliminó la venta liberada y con esto llegó la dieta líquida, que consiste en el horario del almuerzo hacer caldos con predominio del agua y alguna vianda, o un poquito de arroz que espese… Los precios varían según la etapa. A inicios del mes se consigue un poquito más barato: de 12 a 15 pesos la libra, pero a partir del día 15, la situación se aprieta y ha llegado a costar hasta 30 pesos la libra”, se duele la mujer.

En otras provincias se han experimentado, incluso, costos mayores.

No falla un eslabón, sino la cadena (caso frijol)

Hay una frase sobre la que el discurso político cubano ha vuelto varias veces desde la década crítica de 1990. Es aquella del general de Ejército Raúl Castro que llamaba imperiosamente a producir alimentos: “Primero dijimos que los frijoles eran tan importantes como los cañones, y cuando la situación se agravó, llegamos a afirmar que los frijoles eran más importantes que los cañones”, evocaría el propio militar, a la sazón Presidente del país, en 2008. Sin embargo, ni como metáfora ni como indicación literal parece haber surtido el efecto deseado la consigna.

La nación, han repetido especialistas, necesita unas 70 mil toneladas del grano para autoabastecerse mínimamente. Si miramos la producción del último lustro, aportada por el Minag, las cifras totales se movieron desde 37.129 t en 2016 hasta las 8.000 con que se prevé culmine este año, pasando por un valor máximo de 54.700 en 2018. El precio “liberado” del grano no bajó durante ese lapso en los mercados agropecuarios de los 10 a 13 pesos la libra. Y a partir de la segunda mitad de 2019 se ha multiplicado alarmantemente.

Si el arroz a veces fluctúa de costo entre principio y fin de mes, el frijol sí se ha estancado en lo más alto, se lamenta la tunera Beatriz. Desde que comenzó la pandemia, narra, la libra vale 40 pesos sea cual sea la fecha del mes. “Con el frijol caupí o carita, como le llaman popularmente, se ha intentado buscar una alternativa, y anda por los 20 pesos la libra. Pero qué va, no se compara en la calidad. Aquí en Las Tunas la gente le dicen levantapobres”.

De acuerdo con personas encuestadas de siete municipios, comprendidos en las provincias Villa Clara y Sancti Spíritus, para el libro La cadena de valor del frijol común en Cuba, entre los factores que limitan el incremento de la comercialización, se listan insuficientes producción, disponibilidad de almacenes y de transporte, así como pagos retrasados.

Por si esto fuera poco, según explicó Yojan García Rodas, jefe de Departamento de Cultivos Varios del Minag, el ya menguado plan de cosecha para 2020 se ha visto sensiblemente afectado, por la presencia de la plaga conocida como trips de las flores de frijol (Megalurothrips usitatus), la cual, a la altura de febrero pasado se reportaba en ocho provincias del país y casi 8 mil se habían tenido que demoler sin llegar a ser cosechadas.

El proceso productivo de tan necesario grano, más que acciones aisladas, requiere consensuar estrategias a mediano y largo plazo, indican investigadores pertenecientes a entidades como el PNUD, la Universidad de La Habana y el Minag, autores del citado libro. “Los espacios institucionales de intercambio y coordinación existentes están diseñados fundamentalmente para atender necesidades puntuales, no para consensuar estrategias o acordar nuevas reglas de funcionamiento o relación entre los diversos actores. El papel de los Gobiernos locales es clave para propiciar estos espacios de concertación y coordinación intersectorial”, concluyen.

Inversiones ‘sin aterrizar’ y más (caso maíz)

Lo reconoció el segundo secretario del PCC, José Ramón Machado Ventura, durante un recorrido por Pinar del Río: para cubrir sus necesidades [presumiblemente mínimas] Cuba requiere anualmente unas 800 mil t de maíz. Y en 2020, solo se ha podido proponer arribar a las 100 mil.

En la última década, a juzgar por las estadísticas disponibles en la ONEI, tampoco el panorama fue demasiado halagüeño, pues el año en el que más se produjo —2014— se alcanzaron 428.695 t, poco más de la mitad de la demanda.

Sin embargo, la escasez de estos insumos puede tornar el ideal de cultivo en una película de ciencia ficción. La importación de urea, entre 2014 y 2018, cayó de 154.819 toneladas el primer año a 48.165 el último.

Esto bien lo saben campesinos como Tomás, que se las ven feas para conseguir en la bolsa negra fertilizantes o plaguicidas. “Para sembrar unas hectáreas de maíz, habilitar el terreno es costoso, lleva dos o tres movimientos de tierra. No es que sea un cultivo difícil, pero requiere bastante abono para que se dé bueno. Si a eso le sumas el petróleo para el riego y el trabajo de los obreros, cuando recoges y vendes, no da la cuenta. Al menos no a los precios baratos que pone el Estado para comprártelo”, afirma. Por referencias de él y de otros labriegos pinareños, el precio de acopio del grano se ha movido en el último lustro entre 250 y 400 pesos (10-16 CUC) el quintal.

Cuba importa anualmente más de 1.800 millones de dólares en alimentos, dentro de los cuales el maíz, la soya y el arroz representan más del 30 por ciento de la partida presupuestada. Crédito: Sadiel Mederos

A pesar de los esfuerzos de mejoramiento genéticos y de las exploraciones productivas por parte del Estado, es difícil prever la independencia de Cuba frente a la compra de mazorca. El propio Minag admite que, aunque se comenzó a trabajar en 2010 en la elaboración del programa de desarrollo granos y se aprobó la primera versión de este en 2012, cinco años más tarde “las inversiones planificadas para este programa solo se han completado al 25 por ciento”.

Urge la pregunta: ¿Por qué?

¿Hacer una cosecha?, como irse a la guerra

Desde que el pinareño Samuel vio al doctor José Rubiera anunciar que nos venía encima la tormenta tropical Laura en agosto último, comenzó a persignarse. El arroz de sus diques estaba listo para cortar; pero prefirió aguantar a que pasara el golpe de agua; porque si lo agarraba cortado, podía perderlo todo. “En total me pasé tres días sin dormir, no solo por la tormenta, sino también por el rastro de lluvia que dejó. Imagínate que mis tierritas, que en buena cosecha me puedan dar hasta 35 sacos de arroz en paja [cáscara húmedo], con el planazo me dieron solo 22 sacos”, evoca recostado a un horcón de su casa en el municipio Pinar del Río.

Él es uno de los tantos pequeños productores que solo siembran para el autoconsumo familiar y de amigos, y que no son contabilizados en las estadísticas estatales ni del sector privado; pero de los cuales, si se suman sus producciones, dependen muchas personas en el país.

“Tal vez un alto productor, de los de cooperativas, tenga más condiciones. Pero los pequeños, como yo, pasamos mucho trabajo. El primer y gran problema son los recursos: abonos, petróleo, herbicidas, pesticidas… Todo hay que resolverlo a pulmón, comprándolo por la izquierda. Y ya tú sabes, el precio se multiplica”.

El escenario agrícola cubano pide a gritos un abordaje integral que priorice, entre otros asuntos, la producción de los granos que demanda el país, en cantidad, calidad y diversidad suficientes. Foto: Sadel Mederos

Samuel suele hacer dos siembras de arroz al año: en enero o febrero planta el semillero; a los 30 o 40 días, traslada los mazos de posturas para los diques o topes. Ese arroz lo siembra sobre marzo/abril, y ya en julio/agosto lo cosecha. Acto seguido vuelve a echar el semillero, en agosto/septiembre vuelve a sembrar y a la altura de noviembre/diciembre se cosecha otra vez. “Se dice en un segundo, ¡pero cuesta un trabajo!”, sonríe el sexagenario labriego. El agua de sus topes —que suman alrededor de media hectárea— proviene de un arroyito cercano, no exento de desagües albañales. “No es lo ideal, pero de otra forma no tendría riego”, medita.

El frijol lo suele sembrar en octubre, en otro pedacito de tierra similar, cedido por amistades. “Este es más complicado, porque necesita abono, sí o sí. Y más cultura para su cosecha”, reconoce el pinareño.

“Siempre lo planto con maíz adentro, que lo protege de la plaga y de los vientos, ahora está el trips ese, ¡solavaya! Al corte de frijol que le caiga, lo mismo esté envainado, que chiquito, se va… porque no tenemos qué echarle. Lo que yo te digo, que los pequeños productores estamos a la buena de Dios”.

Otra cosa es que muy pocos quieren “fajarle al campo”, reflexiona el agricultor. Este año, en la primera cosecha, tuvo que invertir 600 pesos en pago a varios jornaleros para que lo ayudaran el día de la siembra y 600 más el día de cortarlo; lo demás, traslado, secado y almacenamiento en su propia casa fue gestiones de amigos o familia.

“Vaya, chico, que hacer una zafra de arroz es jugársela, bromea Samuel. Mira, yo casi que lo comparo a cuando fui a la guerra de Angola. Tú no sabías a lo que te estabas exponiendo”.

Un salvavidas llamado chicharo

Entre los granos que pudieran considerarse exóticos para el ambiente cubano, ninguno más naturalizado que el chícharo, ese “bateador emergente”, que al igual que el huevo respecto a las proteínas animales, es el sustituto por excelencia de los granos preferidos en la dieta nacional.

“A nosotros el chícharo nos saca de apuros. Y el que queda al otro día se le echa más agua y se convierte en sopa”, bromea Beatriz. No son pocas las familias cubanas que recuerdan, de lo más duro de la crisis económica de los años 90, los sopones de chícharo, en cazuelas donde comían muchos la escasez de muchos.

Este grano, del cual se introdujeron variedades en Cuba desde la década del 60 del pasado siglo, tiene un cultivo más apropiado en condiciones ambientales semiáridas; y acá es afectado por numerosos problemas del clima, suelo y fitosanitarios, detallan académicos de la Universidad de Las Tunas, lo cual implica que para su desarrollo deban cumplirse con calidad precisas labores agrotécnicas.

En las estadísticas de la ONEI no se identifica individualmente este rubro y tampoco entre las importaciones desglosadas. Las proyecciones de trabajo del IIG no lo contemplan como área clave de investigación. Sin embargo, a juzgar por su disponibilidad de los últimos años —antes de 2019— en los mercados de comercio interior, a solo 3 pesos la libra, o bien el país importaba cantidades suficientes para garantizar una oferta estable o bien el consumo poblacional ha sido escaso y a priorizado otras tradiciones culinarias.

A partir de la doble crisis coyuntura económica-pandemia de 2019-2020, la situación ha variado drásticamente. Ya no se vende “liberado”, por moneda nacional, y solo se han incluido 10 onzas por núcleo familiar como refuerzo en la canasta básica normada.

¿Convendría buscar, ciencia mediante, alternativas para el cultivo de tan nutritivo grano? Parece que algo de eso se viene pensado y desarrollando desde 2001, a tenor del Proyecto de Innovación Agropecuaria Local (PIAL) —coordinado por el Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA) y con financiamiento de la Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo (Cosude)—. En un reportaje de abril de 2019 sobre los resultados del PIAL en Villa Clara, pueden leerse criterios como los del campesino Leandro Martín Pérez, quien desde 2005 cultiva con muy buenos dividendos, trigo, garbanzos y chícharo. 

Sobre este último aseveró el lugareño haber tenido rendimientos de más de tres quintales por cordel. “Es uno de los cultivos más eficientes que he visto en la agricultura y que, por sobre todo, resolvería muchos problemas a la economía del país: granos que hoy se importan y que está visto, se dan aquí perfectamente”, dijo.

¿Qué faltaría entonces para que experiencias como esta se extiendan a gran escala? ¿Dónde fallan los conectores entre pequeños planes eficientes y estrategias sostenibles a nivel de país?

Plagas, uno de los porqués

“Los insectos plagas son los principales responsables del 10 por ciento de las pérdidas del volumen de alimentos almacenados a nivel mundial; en países tropicales, como Cuba, donde las temperaturas favorecen su desarrollo, se calculan pérdidas alarmantes de 30-50 por ciento”, afirman investigadores de la Universidad Agraria de La Habana (UNAH), el Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria y otras entidades en un texto publicado en 2019.

Para el estudio se encuestaron productores de granos de Guanabacoa y un alto porcentaje de ellos declararon poseer poco conocimiento sobre los principales insectos asociados a sus cultivos, aunque saben de las plagas que pueden pasar del campo a los productos almacenados. Entre los agentes dañinos identificados estuvieron “las moscas blancas y los áfidos en frijol y el gusano de las mazorcas del maíz”. Entre los entrevistados solo ¡el 30 %! reconoce haber recibido capacitación sobre las aciagos animalejos.

Los insectos plagas son los principales responsables del 10 por ciento de las pérdidas del volumen de alimentos almacenados a nivel mundial. Crédito: Jéssica Dominguez

Una experiencia parecida narra el labriego Tomás: “¿Entrenamiento en plagas? No, ninguno. Eso es al trozo. Lo mismo te encuentras a un campesino que le echa polvo de piojillos a los frijoles, que gasolina, que cualquier cosa. Y el producto químico de calidad marca la diferencia. Hay unas pastillas de veneno que se usan para curar el tabaco, que por fuera el frasco dice que es para granos. Ahí no hay casualidad: se la puedes poner lo mismo a una nave enorme que a un cubo con frijoles, y no hay bicharraco que quede vivo. Y no afecta a la hora de consumirlos”. Al rato muestra el pomo metálico donde venían las que usó en la última cosecha: “Quick Fume”, se lee.

“Por supuesto, esa pastilla no se la dan a todos los campesinos, solo a aquellos que siembren tabaco, que es la prioridad estatal. Los demás, entre ellos los cultivadores de granos, tienen que resolverla en la bolsa negra. Y si no te corresponde y te agarran con eso: ¡prepárate!”, sostiene el entrevistado.

Soya, reina sin corona

Aunque muchos cubanos la odian, porque les representa algo así como la gran impostora —se hace pasar por carne y no es carne, se hace pasar por lácteo y no es lácteo, se aceita como oliva y tampoco lo es—, no hay duda de que la soja o “soya” (como más se escribe en la isla) ha sido una ayuda importantísima en la dieta nacional de los últimos 30 años. Como extensor de picadillos o componente de yogur, principalmente, y formando parte de los piensos para ceba animal, este grano tiene ya un lugar en la historia reciente del país caribeño.

No obstante, aún no se “digiere” con facilidad su presencia. De otra forma uno no se explica que a la altura de diciembre de 2020, en reunión de investigadores y agricultores con el Presidente de la República se sepa que dicho cultivo se caracteriza “por un desarrollo limitado, pues solo la plantan pequeños y medianos productores y la empresa Cubasoy”.

En territorio cubano, desde hace años, se han estudiado variantes para la rotación de cultivos con esta planta. Las fórmulas más importantes han sido soya-arroz, soya-caña de azúcar y soya-tabaco, detallan las autoras del ensayo La producción de soya en Cuba: una vía para la sustitución de importaciones. Obviamente, lo complejo de las vías para sustituir es llegar a sustituir lo cual, ya sabemos, resulta un camino largo.

“Entre 2014 y 2018, el país pagó más de 1.400 millones de dólares por la compra de componentes de la soya (tortas, aceites y granos). Esto supone la mayor erogación por concepto de importaciones para alimento animal”, reportó Granma.

Por lo pronto, la venta de yogur de soya, que aun en tiempos pandémicos se ha sostenido en el país a 3 pesos la bolsa, y con relativamente fáciles colas, es al menos una evidencia de que este renglón no ha quedado solo en proyecciones. Así lo demuestra la reportada estabilidad productiva de la Procesadora de Soya de Santiago de Cuba (PDS), que garantiza tres rubros: harina de soya, tanto para el consumo humano como animal, aceite crudo y lecitina. Este último, con destino exportable hacia México.

El talón de Aquiles estaría, a juicio de muchos, en que la nación pudiera generar la soya necesaria como componente proteico para alimento animal. El programa recién presentado a la dirección del país prevé en un lustro cubrir alrededor del 25 por ciento de esta demanda y todo el aceite que se consume, indicó el diario partidista.

Granos ‘turistas’ y más incongruencias

El garbanzo, ese grano que en el sentir de las familias cubanas “es casi para un día en el año”, como bromea la tunera Beatriz, a pesar de no ser un cultivo tradicional en Cuba se adapta muy bien a las condiciones climáticas nacionales, lo cual ha permitido altos niveles productivos, con requerimiento de bajos insumos, argumenta un equipo de investigadores de la Universidad Agraria de La Habana (UNAH).

Sin embargo, su evolución en el país ha sido, por lo menos, irregular. Hay reportes de prensa muy dispares al respecto. Unos lo ubican como “un cultivo que se extiende” (2004) por varias provincias y otros anuncian (2020) que “se están estudiando (…) tipos de esa leguminosa para analizar cuáles pueden ser producidos en nuestras condiciones”.

Existen referencias de zafras específicas superiores a las 2 toneladas por hectárea, pero las cosechas que regularmente se obtienen “son muy bajas y no satisfacen las necesidades del mercado debido, entre otras razones, a la falta de cultura para producir este grano y la carencia de variedades que presenten rendimientos altos y estables, adaptadas a las condiciones locales”, argumentan los investigadores de la UNAH.

Con el sorgo, cereal que rebrota y se puede sembrar en cualquier época del año, sin el riesgo de que sufra tanto robo como las plantaciones de maíz, el Instituto de Investigaciones de Granos ha estado enfrascado “en la introducción de 35 nuevas variedades, algunas comienzan a sembrarse en Pinar del Río y Sancti Spíritus para su validación”, comentó en junio último el director de esta entidad.

Sin embargo, al parecer otros requerimientos, principalmente el imperativo de cultivarlo de forma mecanizada, han constituido freno para la expansión a gran escala del grano. En muchos aspectos, la tecnología agropecuaria del campo cubano tiene décadas de atraso. “Hubo un año, no hace tantos —narra el pinareño Tomás— que las cooperativas de la provincia empujaron a los campesinos a sembrar sorgo. Fue como una campaña, de las tantas que a veces se impulsan aquí. Y claro, se trataba de un buen alimento, que además se da bien en tierra cubana. Pero su cultivo manual se torna tan complejo que resulta casi imposible. Te cuento que se trabaron en ese punto los productores, en espera de una máquina combinada que traerían para ayudarlos con la recogida; y al final hubo muchos que perdieron la cosecha”.

En cualquier caso, el escenario agrícola cubano pide a gritos un abordaje integral que priorice, entre otros asuntos, la producción de los granos que demanda el país, en cantidad, calidad y diversidad suficientes. ¿Lo conseguirá en la próxima década el flamante Plan Nacional de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional, recién aprobado?

Hay motivos para ser pesimista al respecto. Planes, proyectos de cooperación, investigaciones científicas sistematizadas durante años, programas y más programas no faltan; pero no logran germinar en buenos resultados, pues siempre existen talanqueras para cada nueva iniciativa.

Así, sin fertilizantes ni plaguicidas suficientes; con maquinarias y tecnologías retrasadas respecto al mundo como un tractor respecto a un Ferrari; y sin querer soltar realmente el control estatal de las importaciones y la jerarquización de cultivos, difícilmente se alcancen las ambiciosas metas que siguen adornando los discursos políticos gubernamentales.

Hay que ir, definitivamente, a ese grano.

* Los nombres de los entrevistados han sido cambiados para proteger su identidad.

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Ilustración sobre el acceso a la carne en Cuba

La escasez de alimentos marca la cotidianidad de los hogares en Cuba. Las autoridades encargadas han proclamado estrategias para potenciar la producción agropecuaria y destinaron recursos financieros a la producción de arroz, frijoles, huevos, leche, carne de cerdo, ganado menor; pero muchos años de políticas fallidas, absurdos y burocracias incomprensibles han puesto a los cubanos en una situación de zozobra permanente.

El campo es un problema estructural en el país y para entender las complejidades de la producción, distribución y consumo de los productos agrícolas, elTOQUE, en alianza con CONNECTAS, continúa con una serie de reportajes que permitirán responder algunas preguntas de primer orden sobre el tema:

¿Cuáles son los avatares cotidianos de la producción y el consumo de alimentos en la Isla? ¿Qué barreras y estímulos se encuentran quienes luchan por la tan deseada autonomía nutricional? ¿Cómo los megaproyectos económicos de estos rubros se aterrizan (o no) en las cocinas domésticas? ¿Qué soluciones a tan espinosos asuntos se avizoran a mediano y largo plazo?

Autor

Jesús Arencibia Lorenzo. Licenciado en Periodismo y Máster en Ciencias de la Comunicación. Diplomado en Humanismo y Sociedad. Docente de la Universidad de La Habana. Autor de A la vuelta de la esquina. y La culpa es del que no enamora. Claves de Periodismo y Comunicación desde América Latina. Actualmente se desempeña como profesor adjunto en la Universidad de Pinar del Río Hermanos Saíz Montes de Oca y colaborador de varios medios de prensa.
Periodista cubana, editora de ElToque y miembro del Hub de Periodismo de CONNECTAS. Licenciada en Periodismo, educadora popular y editora web. Se ha enfocado en el periodismo de datos, las visualizaciones interactivas y el periodismo de investigación. Hace foco en temas de política, participación popular y ciudadanía. Ha colaborado con medios digitales como Progreso Semanal, Periodismo de Barrio y Postdata.

Autor

Jesús Arencibia Lorenzo. Licenciado en Periodismo y Máster en Ciencias de la Comunicación. Diplomado en Humanismo y Sociedad. Docente de la Universidad de La Habana. Autor de A la vuelta de la esquina. y La culpa es del que no enamora. Claves de Periodismo y Comunicación desde América Latina. Actualmente se desempeña como profesor adjunto en la Universidad de Pinar del Río Hermanos Saíz Montes de Oca y colaborador de varios medios de prensa.
Periodista cubana, editora de ElToque y miembro del Hub de Periodismo de CONNECTAS. Licenciada en Periodismo, educadora popular y editora web. Se ha enfocado en el periodismo de datos, las visualizaciones interactivas y el periodismo de investigación. Hace foco en temas de política, participación popular y ciudadanía. Ha colaborado con medios digitales como Progreso Semanal, Periodismo de Barrio y Postdata.