Elecciones en Estados Unidos: apagar el fuego con gasolina

En medio de una campaña electoral marcada por enfrentamientos con la policía, incendios masivos en California, pandemia y crisis económica, Trump genera mayor incertidumbre al entrever la posibilidad de no aceptar los resultados de las votaciones. ¿Podría la democracia de Estados Unidos entrar en un escenario de conflicto, similar al que se vive en los países en vías de desarrollo?

El presidente Donald Trump busca su reelección en noviembre. Crédito: Gage Skidmore, Creative Commons

Estados Unidos vive tiempos difíciles. Está pasando por una crisis económica tan profunda como la Gran Depresión, los conflictos raciales en las calles recuerdan las revueltas por los derechos civiles de la década del sesenta después del apartheid, y ahora, el candidato – presidente Donald Trump añade más gasolina al fuego al poner en duda tanto el sistema electoral como la legitimidad de las votaciones.

En una entrevista con la cadena Fox News, en la que le preguntaron si aceptará el resultado de las elecciones aún si no gana, Trump respondió “tendremos que esperar para ver”. Nunca en la historia un presidente en campaña para su reelección había dejado ver que podría no reconocer el resultado de las elecciones. En la misma línea, la Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, respondió a la misma pregunta hecha por un periodista de CNN que “el presidente siempre ha dicho que esperará a ver el resultado de las elecciones y tomará una determinación después”.

Este escenario, en el que un candidato a la presidencia no reconozca la legitimidad de las elecciones, es frecuente en democracias débiles de países en vía de desarrollo, pero nunca había sucedido en el país más poderoso del mundo, y en el que tradicionalmente los candidatos de los partidos Republicano y Demócrata han cedido el poder con respeto hacia las instituciones. Incluso en las elecciones del 2000 en las que ganó George Bush de manera apretada, y con denuncias de fraude electoral en el estado de Florida, gobernado por su hermano, Jeb Bush, su opositor demócrata, Al Gore, aceptó la derrota cuando un fallo de la Corte Suprema falló a favor del candidato republicano.

Para el analista político Fareed Zakaria, un escenario en el que un candidato no acepte la victoria del contrincante sería “profundamente preocupante”, y no hay que descartar la posibilidad de que las elecciones de 2020 puedan desatar una crisis constitucional sin precedentes. En esta misma línea, el analista Dan Baer, del Carnegie Endowment for International Peace se pregunta: “¿Qué tal si Trump utiliza ambigüedades de procedimiento y usa su púlpito de abusador para aferrarse al poder? Con encuestas recientes en Estados Unidos que sugieren que su reelección es improbable y, conociendo su carácter, es una pregunta razonable. Él es un hombre evidentemente motivado por la ambición y el narcisismo patológico y no se ciñe a las leyes, la decencia o las normas de la democracia, y podría intentarlo todo para mantenerse en la Casa Blanca”.

La estrategia de Donald Trump de afirmar que las elecciones están amañadas en su contra no es nueva. En la campaña de 2016 afirmó en repetidas ocasiones que la única manera en que Hilary Clinton pudiera ganar era a través de fraude electoral, a pesar de que nunca mostró pruebas contundentes de ello.

Ahora en 2020, Trump ha denunciado, de nuevo sin pruebas, que las elecciones de noviembre están arregladas a favor Joe Biden, y que se está cocinando un fraude electoral a través del voto por correo. Por esta razón ordenó al Director del Correo, Louis DeJoy, recortar recursos del servicio postal. Esto incluye la eliminación de entregas hasta las casas, el tiempo extra de trabajadores y repartidores, y el levantamiento de buzones de correo de las calles. Todo esto será una traba en la logística de las votaciones nacionales, y retrasará en días e incluso semanas el conteo oficial para anunciar al ganador.

Este ataque se debe a que varias encuestas demuestran que, debido a la propagación del Covid-19, muchas personas votarán por correo en lugar de ir a los puestos de votación. Según una encuesta de CNN, 87 por ciento de los votantes por Trump lo harán de manera presencial, mientras que solo el 47 por ciento votará por Biden por este medio. En cambio, solo el 19% de los votantes por Trump lo hará por correo, mientras que el 69% de los votantes de Biden votarán por este medio.

Trump ha ordenado a su base electoral que voten de manera presencial. Varios analistas señalan que el recorte presupuestal del Servicio Postal y la reducción de sitios de votación van a provocar un “espejismo rojo”, es decir, un conteo inicial la misma noche de elecciones donde Trump resulte ganador, mientras las balotas enviadas por correo se demoren días o semanas en ser contadas y haya un cambio del resultado. Esta situación llevaría a una lucha legal sin precedentes en el país, tal como lo afirma el analista Dan Baer en su artículo “Cómo Trump podría rehusarse a irse”.

Si este escenario de crisis constitucional que proponen los analistas se llegara a dar, cabría preguntarse: ¿qué consecuencias tendría esto en las calles de Estados Unidos? En los últimos meses las ciudades de Estados Unidos se han convertido en escenario de conflicto y enfrentamientos. En Seattle, la policía se ha enfrentado de manera violenta contra quienes apoyan el movimiento Black Lives Matters (Las Vidas de los Negros Importan) a raíz de la muerte a mano de la policía de ciudadanos como George Floyd y Breonna Taylor. En respuesta a los ataques raciales hacia afroamericanos, varios se han organizado bajo el movimiento NFAC (Not Fucking Around Coalition), un grupo armado de cientos de ciudadanos negros. Al mismo tiempo, varias milicias que apoyan a Trump han escalado su discurso de que no aceptarán una elección en la que su candidato no sea el ganador, y han aumentado su retórica de que están dispuestas a salir a la calle a reclamarlo.

Así las cosas, Estados Unidos vive unas elecciones en un año atípico como lo ha sido el 2020, con un presidente atípico como Donald Trump. Este clima, promovido por el presidente, podría desencadenar, sin importar el resultado, un escenario postelectoral especialmente conflictivo, una realidad más propia de un país con las complejidades institucionales de América Latina, que de un país tan orgulloso de su democracia como Estados Unidos.