Lula y Bolsonaro, un combate de viejos y conocidos pesos pesados

En las elecciones de Brasil se miden dos políticos que no aportan sorpresa, pero sí temores mutuos. ¿Qué significaría el triunfo de cualquiera de los dos en el gigante sudamericano, no solo en el ámbito regional sino mundial?

Ilustración: Erick Retana

Por Víctor Diusabá

Las elecciones presidenciales del 2 de octubre en Brasil parecen tener un par de certezas. Una, que ganará uno de estos dos pesos pesados: el actual presidente Jair Bolsonaro o el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. La otra, que sus propuestas se mantendrán casi sin sorpresas, porque al electorado parecen motivarlo razones más cercanas al ayer que al futuro mismo.

¿Qué dicen, por ahora, las encuestas? El exsindicalista que gobernó al país entre 2003 y 2010 marcha al frente. Un sondeo del Instituto IPEC, a un mes de los comicios, le atribuía el 44% de intención de voto, mientras el exmilitar lo sigue a una distancia de 12 puntos (32%). Para muchos, la fotografía es muy temprana, pero sí dicta sentencia sobre la suerte de los demás aspirantes.

Para la segunda vuelta, prevista para el 30 de octubre, Lula marca un 51% contra 35% de su rival. Otras cifras del mismo estudio se centran en Bolsonaro y su gestión: 29% de los brasileños dicen que ha sido buena; 26%, regular y 43%, pésima. Surge ahí la primera pregunta de muchas que rodean el clima electoral de una nación con un potencial de unos 156 millones de votantes: ¿hasta dónde está comprometida la reelección del derechista por cuenta de la baja calificación en el desempeño de su mandato?

En palabras del propio Bolsonaro, su país no anda mal, como dijo en Brasilia en agosto de 2020 al restarle importancia a los efectos de la pandemia. En ese mismo discurso entabló la defensa de la agenda de privatizaciones de su gobierno neoliberal y de las reformas que entonces implementó para reactivar la economía bajo la consigna de “responsabilidad fiscal” en el manejo de los dineros públicos.

Ahora, a poco menos de un mes de las elecciones, el presidente salió de nuevo a defender la cobertura de su línea social. El aumento del programa de subsidios a familias pobres, Auxilio Brasil, que pasó de 400 a 600 reales en agosto (un aumento de 38 dólares), ha sido su más reciente caballo de batalla. “¿Hay gente que la pasa mal?”, dijo en entrevista a una cadena de radio. “Sí”, se respondió, “hay gente que la pasa mal. ¿Alguien ha visto a alguien pidiendo un pan en la puerta de la panadería? No lo ves”. Pero como dicen los indicadores de la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional, publicados en junio pasado, cerca de 33,1 millones de personas no tienen para comer diariamente.

Bolsonaro matizó luego sus declaraciones, pero ya era tarde. Como cuando dijo que, en comparación con el resto del mundo, su país había salido “relativamente indemne de la pandemia”. Y como cuando afirmó sin ruborizarse que quienes lo habían atacado por el crecimiento de la inflación debían reconocer que ahora tenían enfrente “las mayores caídas de precios en casi medio siglo”.

La agencia alemana Deutsche Welle se tomó el trabajo de chequear la validez de esas aseveraciones. Allí encontró que, entre las mayores economías del mundo, “entre 2010 y 2014, Brasil ocupó el 7º lugar. En 2020, bajó al 12º puesto, y en 2021 al 13º, según la agencia “Austin Ranking”. Eso sí, sin desconocer un lento repunte en los últimos meses.

Y sobre la inflación, el mismo ejercicio de la DW mostró cómo Bolsonaro utilizó el comportamiento de un mes (julio pasado) para reflejar un rendimiento anual que solo se conocerá al terminar el periodo.

Aunque no solo la pandemia afectó la gestión de Bolsonaro. Como dice el profesor Cícero Araujo al analizar las expectativas de las elecciones en Brasil, “tras haber asumido, el presidente Bolsonaro se mostró, como era de esperar, completamente privado de competencia y hasta de voluntad para ejercer su cargo atendiendo a la necesidad de sacar al país de su atolladero económico, social e institucional”. 

Frente a hechos y cifras indiscutibles y en medio de la cuenta atrás de la primera vuelta, a Bolsonaro no parece quedarle más que echar mano de hacerle reparos a su contrincante. “Su gobierno fue el más corrupto en la historia de Brasil”, le dijo a Lula durante el primero de varios debates por televisión. Allí, en el plató, se negó a saludar a su adversario, tras advertir que “no estrecharía la mano de un ladrón”.

Ese tipo de efectismo no sorprende. Así lo dice a CONNECTAS desde Curitiba la profesora de derechos humanos Juliana Bertholdi: “Bolsonaro es el mismo de siempre. Desempeña el papel de genuino representante de la derecha ultraconservadora, sin mayores cambios en su discurso. Ahora está atrás en las encuestas y se enfrenta a una gran resistencia de los votantes jóvenes, de un importante sector de votantes en el norte del país. Pero especialmente de las mujeres. Su apoyo proviene del sector agrícola, los conservadores y los evangélicos”.  

Bolsonaro deposita gran parte de sus ilusiones en comunidades religiosas de ese tipo. Lo hace con movilizaciones como una reciente en Río de Janeiro a la que llamó “Marcha para Jesús’. Allí se ratificó contra lo que denomina “comunismo”, mientras a la par se manifestó en contra del aborto, de la ideología de género y de la “libertad del consumo de drogas”, mientras no le faltaron guiños a las Fuerzas Militares. 

Y sobre las críticas a su pobre gestión en la defensa de la Amazonía, el actual presidente se ha limitado en los últimos meses a prometer un plan de protección con el patrocinio de la comunidad internacional, cosa bastante difícil dados sus antecedentes de abierta hostilidad contra los ambientalistas. Todo, para según él, frenar en 2030 la voraz deforestación denunciada desde los más diversos frentes y a la que hizo oídos sordos. Por supuesto, su propuesta no ha encontrado más que escepticismo.

¿Y Lula? Para sus allegados es el mismo de siempre. Pero otros hablan de uno nuevo que, sin embargo, no deja de ser el mismo que consolidó en el poder, por la vía democrática, a un movimiento de izquierda en la nación más grande y poderosa de la zona. Atrás ha quedado la caída de su vicepresidenta y sucesora Dilma Roussef y los 580 días que Lula pasó en prisión tras la condena de segunda instancia dictada por el juez Sergio Moro por “corrupción activa, pasiva y lavado de dinero”, pero luego revocada por el Tribunal en todas sus partes. No sobra recordar que esa sentencia le significó a Moro que Bolsonaro lo premiara en su gobierno con el Ministerio de Justicia.

Aunque aún buena parte de la población brasileña asocia al PT con casos de corrupción, y los intentos de Lula por desligarse de ella han sido un poco erráticos, como dijo Michael Freitas, especialista en Ciencia Política de la Universidad Católica de Río de Janeiro, en entrevista con Nexo Jornal. Para el experto, a buena parte del país aún le suena un poco contradictorio cuando el expresidente dice: “‘la investigación sucedió porque yo lo permití’. Pero al mismo tiempo, dice ‘fue un esquema de persecución contra mí’. Hay cierto grado de contradicción ahí que no cierra”.

Quizás por eso, el Lula modelo 2022 habla de “credibilidad, previsibilidad y estabilidad”, las tres palabras mágicas sobre las cuales quiere encauzar su eventual administración. Y habla también de una frontal lucha contra los corruptos.  Dice además que no quiere amigos en los organismos de control ni en la policía. Y asegura que hoy piensa suceder a la derecha con un proyecto más moderado y conciliador y que no teme que esa tendencia lo suceda. “Brasil va a ser amigo de todo el mundo”, sentencia.

La profesora Bertholdi dice que estamos ante un Lula “más sereno”. Y advierte en él “un claro intento por buscar una imagen positiva tras el escándalo del Lava Jato. aprovechando los resultados judiciales para reconstruir su imagen. Su retórica es más suave y adopta un mensaje de esperanza hacia un país mejor. Incluso, en medio de la acidez del primer debate en televisión, Lula prefirió las propuestas a los ataques”.

¿Qué tipo de gobierno de izquierda se esperaría de Lula, quien incluso tiene como fórmula vicepresidencial a un reconocido centrista, Geraldo Alckmin, al que algunos califican de neoliberal? Para Enrique Prieto, internacionalista de la Universidad del Rosario de Bogotá, una victoria de Lula significaría “el respaldo a políticas sociales que en su momento trajeron como consecuencia el crecimiento de la clase media en ese país. Y a nivel internacional, y más exactamente regional, sería un claro mensaje hacia la integración latinoamericana. Lula es un defensor de ello y de lo que considera la izquierda progresista y pragmática de la que forman parte, entre otros, Gabriel Boric y Gustavo Petro. Una izquierda diferente a la recalcitrante de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y AMLO en México. Así las cosas, Lula podría asumir un liderazgo regional”. Quizás sí, sin los tintes tan marcados de «La marea rosa» que tuvo lugar entre 2003 y 2016, cuando el Partido de los Trabajadores tuvo el mando durante casi cuatro períodos consecutivos.

En cualquier caso el ganador interesa, y mucho, a la región y al mundo. “Brasil sigue siendo un jugador muy importante a nivel internacional”, dice el profesor Prieto. Y agrega que “en el caso de las Américas hay que recordar que ese país es la tercera economía más grande. Y a nivel mundial está catalogado como uno de los más ricos en recursos naturales. Entonces, en el contexto actual de la guerra en Ucrania puede ser fundamental en proveer o llenar algunos los espacios en el mercado internacional que ha dejado ese conflicto. Por ejemplo, en productos del sector agropecuario, no solo en el renglón de alimentos sino en fertilizantes”.

Pero el otro desafío se presenta frente a las grandes potencias. “Las relaciones con Estados Unidos han sido siempre buenas”, dice la profesora Bertholdi, “solo que en los últimos tiempos esa situación se caracterizó por la cercanía entre los mandatarios antes que entre los países mismos. Así lo establecieron Bolsonaro y Donald Trump. Luego, al llegar Joe Biden, las cosas cambiaron. De hecho, Bolsonaro compró la tesis de que Trump había perdido las elecciones por amaño. Ya Biden y Bolsonaro llevan 18 meses sin hablar. Desde junio de 2021 no hay embajador estadounidense en Brasil, sino un encargado de negocios. Es claro que Estados Unidos ha puesto la lupa en este país por la alta presencia de militares en el gobierno de Bolsonaro, en un período en el que además han crecido las violaciones a los derechos humanos”.

Sobre los lazos actuales con Rusia no hay muchos datos. “Es toda una incógnita”, agrega la experta. “Brasil no se pronunció sobre la invasión a Ucrania y no ha sido objeto de sanción alguna por parte de Vladimir Putin”, dice. 

En cambio, China es hoy el principal socio comercial de Brasil, especialmente en la agroindustria.  Se trata de una fuerte interdependencia que va a proseguir, sea cual fuere el resultado de las elecciones. Aunque algunas señales y pronunciamientos de Bolsonaro y sus hijos han despertado inquietud en Beijing.

Más allá de tan variadas circunstancias locales, en las que figuran muchas más como el narcotráfico y el uso privado de armas, Brasil sabe que su cita del 2 de octubre y la eventual segunda vuelta del 30 determinará un rumbo al que nadie será ajeno en el vecindario, ni en el planeta. 

Por ello, el Lula versus Bolsonaro suena a esos ‘combates del siglo’ donde los contrincantes aspiran al nocaut, aunque quizás la victoria llegue más bien por decisión dividida. Porque el resultado que a su vez arrojen las otras elecciones del mismo día para parlamento, gobernadores, Asambleas Legislativas y otros más también pesará mucho en la gobernabilidad del próximo cuatrienio del gigante sudamericano.