Bukele revive el fantasma del autoritarismo en Latinoamérica

Un hecho nunca antes visto en la historia de El Salvador, ni siquiera en los años de la guerra civil que terminó en 1992, le recordó a toda América Latina el gran riesgo de romper el orden democrático poniendo en alto la defensa de los intereses de todo un pueblo.

El Salvador
Militares dentro del Salón Azul de la Asamblea Legislativa. Crédito: Twitter @FCristales

La imagen de Nayib Bukele, de 38 años, irrumpiendo el fin de semana en la Asamblea con un grupo de militares y policías armados, trajo a la memoria de los salvadoreños el protagonismo del Ejército durante la guerra civil y puso en el presente los riesgos de una crisis constitucional. Una vez en el recinto el mandatario ocupó la silla del presidente del órgano legislativo y ordenó el inicio de la sesión que, ante la falta de quórum (sólo de 28 de los 84 diputados), no fue posible realizarse ese día. Como último recurso, el mandatario convocó a sus seguidores a la insurrección, según él, amparado en la Constitución.

“Si yo fuera un dictador o alguien que no respeta la democracia, ahora hubiera tomado el control de todo. Según las encuestas, el 90 por ciento del pueblo nos apoya. También lo hacen las Fuerzas Armadas y la policía. El pueblo se enojó cuando pedí calma, pero si hubiera querido hubiera tomado el control de todo el Gobierno esta noche”, afirmó luego el presidente salvadoreño en una entrevista a El País de España.

El episodio, que fue repudiado por organismos internacionales como la Unión Europea y las embajadas de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, significó para “el mandatario millenial”, como es conocido Bukele, la primera gran crisis política. Además, recuerda una época que ya parecía superada en Latinoamérica, cuando los principios democráticos se quebraron, recurriendo a las Fuerzas Armadas, para dar golpes de mesa en la balanza de contrapoderes.

El intento de Bukele de tomarse el poder legislativo fue calificado como una acción dictatorial y de autogolpe por los líderes de los partidos de oposición como la Alianza Republicana Nacionalista y del tradicional FMLN. Muchos ciudadanos se sumaron a las voces de protesta por la intimidación de parte del Ejecutivo a los asambleístas, y cerca de 300 personas salieron a pedir una “Paz sin dictadura” en la Plaza del Monumento al Salvador del Mundo, en San Salvador.

Para Manuel Orozco, analista del centro de estudios políticos Diálogo Interamericano, en la región este hecho tiene “muchos precedentes desafortunadamente, el intento de Manuel Zelaya, en 2007 en Honduras, de imponerse mediante una especie de proceso electoral sin autorización del Consejo Electoral ni el poder judicial es un ejemplo, algo que terminó muy mal, otro caso es el de Guatemala en 1993 cuando el presidente Jorge Serrano Elías intentó también disolver el Congreso, siguiendo lo que había visto que hizo Alberto Fujimori en Perú, y le resultó muy mal también”, explicó en entrevista para El Diario de Hoy.

Han pasado casi 28 años desde que en Perú las tropas del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea llegaron al Congreso de la República, siguiendo las órdenes del expresidente Fujimori de disolverlo.

Bukele, quien se posesionó en junio del año pasado, es reconocido en la región por su estilo informal (algunos lo llaman “millenial rebelde”) y el manejo de sus asuntos de gobierno a través de la red social Twitter, medio por el cuál ha anunciado tanto el despido como la contratación de sus funcionarios, la construcción de obras sociales y sus desacuerdos con las ramas judicial y legislativa, donde no cuenta con mayoría ya que el partido por el que se presentó a los comicios presidenciales fue creado luego de las elecciones de Congreso.

El presidente salvadoreño está usando un modelo que en EEUU le ha dado salido bien hasta ahora al gobierno del Donald Trump. Por un lado, presentarse como un presidente antisistema y que acusa a todos los demás partidos de corruptos. En el caso de Bukele su candidatura se vendió como una alternativa a los dos partidos que tradicionalmente han tenido el poder en El Salvador desde 1992.

Por otro, el manejo de todos sus asuntos públicos a través de redes sociales y el protagonismo de escenas que parecen un show televisivo. Por ejemplo, en EEUU el último “agarrón” entre el magnate y Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes del congreso estadounidense. Del lado salvadoreño, las fuerzas opositoras señalan que la toma de la Asamblea fue una acción previamente orquestada para llamar la atención de los medios.

 De esta forma, Bukele parece completar el trío de bravucones de las Américas, él en Centroamérica, Trump en el norte, y en el sur con el presidente brasilero, Jair Bolsonaro. Este último, en mayo del año pasado, también llamó a la “insurrección de la masas” en 50 ciudades para presionar al Congreso de ese país. “Brasil es un país maravilloso, lo tiene todo para funcionar bien. El gran problema es nuestra clase política”, afirmó en su momento el mandatario de ese país.

En El Salvador, de acuerdo con una encuesta realizada el mes pasado por Gallup, el presidente contaba con un 91 por ciento de aprobación, principalmente relacionada con la reducción del número de asesinatos desde que empezó su periodo. No obstante, su amenaza de disolver la Asamblea nacional del pasado domingo parece empujar los límites de su alta popularidad y le pone la etiqueta de “dictador” en un país que después de 1992 ha sido un respetuoso por el orden constitucional, sin la intervención de las Fuerzas Militares.

Ahora, frente al escenario de división entre legislativo y el Ejecutivo, la gran pregunta que se abre es si la toma de la Asamblea le hará mella en la imagen positiva que ha mantenido Bukele hasta ahora. Y en un segundo orden si el mandatario mantendrá la línea a la ofensiva, con el riesgo de desequilibrar el juego de contrapesos del Estado, y usando al Ejército, el cual se mostró como un aliado a la presidencia más que al sistema democrático.

“El Salvador vivirá elecciones dentro de un año, en febrero de 2021, y en ellas Bukele podría obtener el 70 por ciento de los diputados, lo que le permitiría sacar adelante todos sus planes. Sin embargo, decidió estirar la cuerda y mantener la estrategia de tensión permanente que tantos réditos le da, a pesar de que ni en la época de las dictaduras militares se había visto la presencia de uniformados armados en la Asamblea”, señaló el historiador Roberto Turcios a El País de España.

Después de un hecho político sin precedentes, como el vivido en El Salvador, quedan abiertas varias preguntas sobre cómo seguirán en el futuro cercano las relaciones entre los poderes políticos en ese país. Una de ellas es si la intimidación del mandatario Bukele a la Asamblea lo acercan peligrosamente al abismo del caudillismo. El otro punto será la respuesta de la sociedad civil y otras agrupaciones ante un presidente que hasta ahora tiene un alto nivel de aprobación, y si en medio de la convulsión política mostrarán su contundente rechazo a estos intentos de golpear la democracia.